Hace ya varios años que tengo controles mensuales en distintos centros médicos y sistemas de salud, tanto públicos como privados.
La diferencia está, por supuesto, en el costo. Y acá no me refiero sólo a una cuestión económica, sino al costo de vida que conlleva tener que resolver todo lo referido a la obra social (si tenés el privilegio de contar con una) con su entramado de idas y vueltas, y los papeles: órdenes, autorizaciones, constancias, sellos, firmas, códigos, pagos, etc. A los pasos previos a tener finalmente una fecha y horario definidos.
En ambos casos tenés que armarte de paciencia. Por un lado, el sistema público está colapsado, por lo que un turno puede demorar entre 30 a 60 días. Es decir, si no estás cerca de quedarla, si no es algo urgente (y este término también habría que evaluarlo, ya que hay distintos tipos de urgencia según quién lo defina), en tal caso solo basta esperar.
Llegado el día, y si tenés suerte, con una o dos horitas de demora, entrás al consultorio: dos o tres preguntas, tomá el papelito, y a la bolsa.
En los centros privados, si pagás, te atienden en el momento, sin turno, por orden de llegada. Así de fácil, nada de andar esperando. Entrás al consultorio, una o dos preguntitas, tomá el papelito, y a la bolsa.
Y el tema de las obras sociales me gustaría dejarlo para otro momento, ya que requiere de otros colapsos e información certera, y tampoco quisiera hablar sin argumentos.
El caso es que los médicos, más allá del contexto, tratan enfermedades. No somos pacientes, mucho menos personas. Simplemente somos un conjunto de resultados de laboratorio y muestras simples de coordinación motriz.
No pretendo generalizar, ya que me he encontrado (al menos una vez) con profesionales que sí ejercen el rol de humanidad, pero son muy pocos. Y creo que, en parte, es porque el mismo sistema los lleva por delante.
La medicina es un negocio, mega multimillonario, que en lugar de curarnos nos sigue enfermando. Pero esto no es ningún secreto, basta con tener una visita al medico para darse cuenta.
Y vos, persona que leés esto (si es que existís y no sos un ideal de que alguien esté leyendo), te preguntarás (o no) por qué estoy escribiendo esto.
No hay un motivo, no hay un fin.
Simplemente estoy en la sala de espera de un centro de salud, esperando que el doctor mencione mi nombre, me dé los papelitos correspondientes, y a la bolsa.
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