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Está llorando el monstruo

Oct 20, 2025

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Está llorando el monstruo
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Desnudo y sufriendo la carnosidad de sus entrañas, rompió con los dientes la jaula de huesos amarillos que lo encarcelaba. Se arrastró entre baba y sangre por la oscuridad hasta llegar a un lugar iluminado. Allí, sobre el extenso charco de sangre de un cuerpo, encontró una nota manchada de barro. Al principio no pudo reconocer su significado, la veía como un objeto más entre otros, incapaz de comprender lo que lo rodeaba. Quedó inmóvil, observando con cautela su entidad reflejada en aquel charco rojizo que poco a poco se convertía en cuajo. No recordaba su nombre, o el conocimiento de tener nombre, no sabía de su procedencia, siquiera recordaba haber tenido cuerpo alguna vez. Todas sus sensaciones eran nuevas, como las de un recién nacido.

La impresión de existir le caló hondo. Usó sus alargadas uñas para tomar la nota y la llevó hasta lo que se podría describir como unos ojos. Lo que eran palabras en español, las percibió como garabatos lineales, con algún sentido a descubrir. Pronto, recordó «Todo ha salido mal. Por favor, perdóname.» decía la nota. La leyó como balbuceando un poema, entre chillidos intentaba imitar algún sonido coherente.

Consumió sus días prisionero en el cuarto de un palacio, en una jaula de huesos que se renovaba con el ciclo de la memoria.

Ignorante de sí, el hambre dictó ley y por instinto engulló de un bocado el cuerpo, sin abrir del todo la boca. Lamió la sangre hasta dejar limpio el suelo y, al terminar, frotó sus azules venas labiales con la nota. Al devorar aquel cuerpo humano, comenzó a desarrollar inteligencia, por lo que entonces, su hambre ya no fue de carne, sino de sentido.

Una puerta de madera, obstruida por rocas pesadas, fue iluminada por la luna. Se arrastró hasta ella como pudo, tropezando con su cuerpo y derribándola a empujones. Llegó a un pasillo donde sus ojos se inquietaron al sentir el infinito de la noche entrando por una ventana abierta. Entonces, un agudo dolor de cabeza lo derrumbó, lloró recostado en las piedras calizas, meciéndose como un niño sin su madre. Se levantó desesperado sobre sus enflaquecidas piernas bañadas en secreciones purpureas, quiso extender los brazos por la ventana con intención de disipar la luna, pero para su tristeza no lo consiguió y, al intentarlo, cayó de la ventana al mar.

El agua le quitó la tierra y la sangre, envolviendolo sin juicio en la más negra espesura. Hundido recordó algunas cosas de su infancia: pertenecía a un pueblo, a una madre, al olvido y a la memoria. Era, había sido, tal vez fue.

Guiado por recuerdos, se dirigió al pueblo donde creyó pertenecer. Mientras tanto, a lo lejos, una jaula se renovaba con la forma de sus costillas, y a la manera de sus nuevos recuerdos.

Escondido en silencio observó el comportamiento de las personas del pueblo, comenzando a caminar y a decir algunas oraciones simples. Al oír el murmullo de unos amantes, meditó sus voces como si cada palabra fuera luz a su inocencia. Aprendió a pararse erguido y a comportarse. Pronto supo recordar su pasado. Supo que no debía olvidar que había sido olvidado, pero que el rencor es de bestias. Vomitó el esqueleto del cuerpo que había comido y con la columna vertebral simuló una corbata. Moldeó su cuerpo a la de una figura humana a base de golpes, vistió la desnudez con prendas ajenas que estaban secándose en una soga y, cuando ya se sentía humano, quiso vivir entre las personas.

Todos lo vieron como un hombre deforme y extraño. Al principio huían de él; lo juzgaban con fiereza. Al verlo manso e inofensivo, le arrojaron piedras y agua hirviendo, lo escupieron y golpearon en grupos grandes, y él, recordando aquella pareja, les decía: «Te amo» sin comprender el desprecio que recibía. No lo trataban como un humano, no lo era, pero al menos era tratado como tratan los humanos.

–Está llorando el monstruo –decía un señor y todos comenzaron a reírse.

–¡Sí, está llorando el monstruo! –Repetían.

Desnudo y sufriendo la carnosidad de sus entrañas, lloró en el piso, tendido y sin hacer ruido. Desarrolló el lenguaje desde la experiencia con las personas, y su inocencia se vio perdida en la capacidad de la expresión y la reflexión: «¿Por qué a mí?, ¿Qué les hice?, ¿Por qué pasó?» Cuando las personas agotaron sus intentos de humillarlo, se levantó para regresar a la memoria.

Cruzó nadando el mar, subió al palacio y llegó hasta una jaula de huesos amarillos, parecida a un tórax. Allí se vio abrazado a un corazón y en una hoja escribió: «Todo ha salido mal. Por favor, perdóname».

Esteban Carrasco

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