Bajo faroles con luces agónicas,
camino, sin rumbo, sin fe,
en una ciudad de sombras errantes,
donde el tiempo se ríe y se burla de mí.
Los adoquines murmuran mi historia,
relatos de besos que nunca duraron,
amores difusos, figuras de niebla,
rostros que el viento al fin desdibujó.
La noche me canta con voces ausentes,
el eco de risas que ya no veré,
perfumes lejanos, sórdidas huellas,
promesas que mueren al amanecer.
Enciendo un cigarro, susurro a la nada:
“Todo es un juego, un sueño fugaz.
Creemos en cosas que nunca pasaron,
amamos fantasmas, vivimos en paz”.
El Federal me abre sus puertas,
refugio de aquellos que nunca se van,
del que nada espera, del que todo olvida,
del que se enamora de mi soledad.
El humo del café se funde en la bruma,
y en ese instante de amarga quietud,
me siento, por fin, parte de algo:
la eterna penumbra de mi juventud.
Dejo la mesa, me envuelve la niebla,
camino hasta el río, mi eterno rival,
donde el agua calla, donde el eco duerme,
donde nadie espera, donde todo es igual.
Porque al final las luces se apagan,
las sombras se pierden y el mundo se va.
Pero la soledad, fiel como siempre,
aún me espera en su esquina habitual.

Giovanni Battista Manassero
Escribo para encontrar lo extraordinario en lo cotidiano, entre el absurdo, la nostalgia y el mate bien amargo.
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