Sé que te amo porque espero,
porque sigo suplicando de rodillas
a un Dios que nunca escucha,
que me pienses como yo te pienso,
y que, de alguna manera,
aún me quieras a tu lado.
Jamás fui una persona de fe,
pero ahora me encuentro, perpetua y devotamente, rezando que me ames igual.
Entregué mis días al sonido de tu nombre,
mis noches se volvieron un altar donde espero.
Te amo con el fervor de quien cree,
aun cuando la incertidumbre sea mi única respuesta.
El miedo me persigue en la penumbra,
me susurra que tus pensamientos
son un lugar al que ya no pertenezco.
¿Será este amor una fe ciega,
o una promesa que jamás llega?
A veces me pregunto si el amor es suficiente,
o si mi devoción se convirtió en un océano que ahoga mis propias palabras.
El eco de tu silencio se convierte en mi condena,
y me pierdo buscando respuestas en lo que no decís.
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