La cara que se muestra en el espejo no es la mía. Lo comprobé días atrás, cuando mi reflejo en la ventana me asustó, esa cara cenicienta, con arrugas y espinillas era la mía. Mi cuerpo sabía que era el correcto. Pero, en los espejos, se refleja otra persona. Feliz y joven, sonrisa siniestra y ojos rojos.
Nadie parece notar esa disonancia. Todos me miran cómo si nada pasara. Hemos estado parados frente a los espejos, y nadie huye despavorido al ver a la extraña del otro lado.
Voy a buscar el martillo. La próxima vez que la vea no voy a dudar.
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