Ese yo.

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¿Quién anda ahí?

Quisiera poder quedarme observando una nube sin estar pensando. Mirar las hojas amarillas que alfombran el parque sin tener ningún runrún en la cabeza. Sentir la brisa del sur, el calor de la lumbre, el frescor del agua sin que la voz interior me estorbe, pero no sé me da lo de no pensar. Algún instante, supongo, sucede, pero enseguida los rodamientos chirrían y desde ahí (no sé dónde) se mastica un argumento, una pregunta, una duda.

No me obsesiono, quizás eso sea bueno, con nada concreto. Así, en nada profundizo en exceso. Por eso no soy buen músico, buen pintor, buen filósofo, buen poeta, buen escritor. La mediocridad es mi mayor perfección.

Atender al asunto político es quizás lo que más ocupa mis devaneos. No me gusta, pero es así. Y la cosa religiosa de si hay o no un Ser Supremo y el cuestionar como las personas hacen compatibles vidas y creencias.

La política, porque en ella está todo. La salud, la educación, el arte, las carreteras, el trabajo, la naturaleza, las energías, el consumo, el entretenimiento, el tiempo de ocio, el respeto al prójimo. Todo. Franco no se metía en política porque no estaba interesado en nada de eso. En nada que no fuera él mismo.

La cosa religiosa me importa por una cuestión atávica. Se me impuso desde la cuna. Se le impuso a toda la sociedad. Además, me parece un asunto trascendente para tanta gente y a la vez tan de segundo pájaro para esa misma gente, que no puedo no prestarle mi atención y mi razón.

Luego está la ficción. Ahí me siento cómodo y feliz. Y la practico con placer. La pluma, cuando invento tramas, personajes, situaciones, fluye como agua cuesta abajo sobre superficie lisa. Tengo para mí ese lujo. Y eso agradezco al inquieto interior mío que no me deja descansar con su voz constante y sonante.

Ni durmiendo para.