Tenía que emprender el camino a mi destino, era una tardecita de verano, y el clima parecía afectar mis sentidos, un viento cálido bastante fuerte golpeaba mi cuerpo sin parar, yo caminaba muy muy lento, no quería regresar y afrontar la realidad; recuerdo con angustia pedirle a Dios, a Jesús que me ayudaran, que me dieran una señal para no hacerlo. En ese momento creía mucho en Dios, o eso pensaba… porque rogué, juro que rogué con todas mis fuerzas, me encontré susurrando: “por favor, ayúdenme, no me dejen sola, por favor, por favor, por favor” recuerdo fruncir mi ceño inconscientemente, recuerdo la angustia clavada en mi garganta, las lágrimas a punto de salir, mi sensación de tener las manos extendidas en el medio de mi oscura realidad, rogando que alguien me arranque de ese espacio…recuerdo que nada de eso pasó. Como era lógico. Esperable. Ni la señal, ni la ayuda, y mis pies ya estaban en la puerta de entrada, y mi alma no estaba conmigo, y mis ojos no veían, mi corazón solo sentía una profunda soledad y vacío. Y mi vida no era mía…no era feliz, no estaba donde quería estar, dónde quería estar? En cualquier lugar menos ahí.
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