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    Escribir como sinónimo de vivir

    Bri

    Jun 25, 2025

    90
    Escribir como sinónimo de vivir
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    No recuerdo cuando empecé a escribir después de aprender a escribir, pero por mucho que me intentara alejar, siempre vuelvo. Comparto lo que leí una vez de no saber si te está sanando o destruyendo. Es como si fuese un insinuación que te lleva al borde de un abismo, y no cualquier abismo… el propio.


    La pausa y el reflejo que nos deja narrar algo de manera escrita no es algo fácil de procesar. Lo relajante es que es una intimidad intrínseca. No hay nadie más, no hay roles que cumplir, ni miradas acusadoras. No hay nadie más excepto nosotros. Uno mismo. ¿Por qué —a veces— da tanto miedo?

    Lamentablemente, con los años la gente escribe mucho menos. O eso es lo que pienso antes de leer confesiones enviadas mediante mensajes. Cambiamos el formato quizás, pero vivimos haciendo monólogos en los chats de nuestros amigos, de nuestra familia, incluso de nuestras parejas. Casi como si no toleráramos el no ser vistos, no ser escuchados, ignorando el hecho de que a quien no vemos ni escuchamos es a nosotros mismos. Lejos de ser una protesta por la validación ajena es un punto de inflexión necesario, porque el que comienza a escribir sabe que siempre se está mejor cuando retorna a la escritura. Desde contar una historia, escribir una opinión, relatar un poema o tener nuestro diario íntimo. 

    Poner en texto lo que no nos atrevemos a decirle a nadie nunca es en vano. De hecho, existe el peligro de que se destapen heridas desconocidas hasta ese momento. Escribir lo que uno está sintiendo y descubrir que había algo más ahí, que no solo es miedo, tampoco es azar, está nuestra historia detrás. Y aparecen recuerdos silenciosos de días que preferiríamos terminar de olvidar. Cuando verbalizamos a ese enjambre de ideas, el papel se vuelve un campo de batalla y las palabras son las piezas. Miramos el panorama, y aunque no sabemos qué hacer, entendemos mejor de qué, quiénes y (con suerte) por qué.

    Incluso parece apropósito, porque teniendo tanto adentro, te ponés frente a la hoja y de pronto se siente un vacío que ninguna palabra consigue describir. Todo se escapa dejando el lugar en silencio. Como un dolor que solo cesa en el momento que te decidís a curarlo. Todas las ideas, amenazadas ante el hecho de ser desmanteladas, desaparecen. O, incluso, pujan por salir todas a la vez.

    Escribir no siempre fue una tarea fácil (y sigue sin serlo). Al principio, no solo me trastabillaba con las palabras, pasaban tantas ideas que era sencillo perderles el sentido. Otras veces me inundaban tristezas viejas que no les dí espacio cuando me lo pidieron. Cualquiera de los dos extremos que fuera el caso, vomitarlo en una hoja era tan doloroso como aliviador, tan calmante como desesperanzador.

    A una persona que quise mucho le regalé una lapicera antes que mi ausencia, detalle minúsculo para quien no lo siente de esta manera. Atesoró tanto mi regalo que entendió —tarde— realmente el detalle que tuve. No era una simple lapicera, era el comienzo de su vida. Porque solo cuando escribió lo que dolía, empezó a valorar lo que valía… aunque ya no hubiese retorno. 


    La escritura es solo para los valientes, quienes se animan a mirar para adentro, quienes aceptan que somos la solución, pero también el problema. Y es doloroso admitir que no siempre somos las grandes personas que decimos (y creemos) ser. Que así como tenemos personas que ya no queremos más en nuestra vida, hay personas que también nos ven igual.

    Tal vez sea mi esencia nostálgica o quizás sea mi análisis exhaustivo, pero creo fervientemente que el que empieza a escribir empieza a vivir realmente.


    Bri

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