Este vacío que siempre regresa,
como quien encuentra el camino a casa,
pero es que tampoco hay casa.
Esta soledad a la que todavía no me acostumbro,
un atuendo incómodo
en el que no termino de encajar.
Dos constantes en mi vida
y la muerte.
dios está muerto,
y yo soy su escombro,
un pedazo de algo que nunca fue,
un latido sin cuerpo.
dios está muerto,
y no sé a quién llamar,
ni a quién rezarle
si la oscuridad me responde
con más oscuridad.
No hay respuesta en el aire.
Todo está en silencio,
y el silencio me consume.
¿Quién me escucha ahora?
¿Quién recoge mis palabras rotas?
Ya no hay nada.
Nada a lo que aferrarse,
nada a lo que dirigir
el último vestigio de mi fe,
si es que queda algo de fe.
Algo en que creer.
Nadie viene a buscarme,
nadie sabe que existo,
nadie conoce mi nombre.
Me diluyo en la nada
con la misma facilidad
con la que la sombra
devora la luz.
Nada queda,
y aún así...
Respiro.
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Cielo Hochberg
No sé por qué siempre que escribo termino hablando de ausencias, de muerte y de amor. Será que quizás son las únicas formas de vida que conozco.
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