Me alzo al alba con las manos vacías,
las lleno de fuego, de lucha y de espinas,
pero al caer la noche, mi sombra me dice
que sigo en el mismo rincón de cenizas.
Trabajo hasta que la piel se me quiebra,
hasta que la sangre se vuelve invisible,
y en los ojos de aquellos que dicen quererme
solo hay desprecio, juicio, y mentira.
Sus miradas me pesan más que el hambre,
sus palabras me clavan como puñales,
piensan que bebo de su sacrificio
cuando mi garganta solo traga males.
Doy lo que tengo, doy lo que soy,
y aún así me ven como un parásito,
un espectro que vive a su sombra
sin ver las cadenas que arrastro despacio.
Quisiera gritar que mi esfuerzo no es vano,
que mi sudor no es mendigo en su mesa,
pero mi voz se ahoga en su odio,
y mi alma se hunde en la marea espesa.
No hay lugar en su mundo para los que caen,
no hay compasión para los que se quiebran,
y mientras muero en la lucha infinita,
siguen creyendo que soy quien se alimenta.
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