Escenarios imaginarios

“Si te preocupás, sufrís dos veces”, dice siempre mi mamá. Pero preocuparse por todo, hasta por cosas que nunca sucedieron (y, probablemente, nunca sucederán) parece ser un hecho inevitable. 

Si hago tal cosa, se van a reír de mí. Si hago tal otra, me van a humillar. Si me enfrento a mi jefe, me va a echar. Si le digo a mi amigo que me molestó algo, se va a ir de mi vida... ¿Cuántas veces pensamos en estas cosas o similares?

Ante cualquier situación, imaginamos lo peor. Creamos posibles escenarios en nuestra cabeza, y por supuesto que de todos esos escenarios, ninguno es bueno. Generamos panoramas caóticos y hasta absurdos basados en nuestros peores temores. Evitamos enfrentar la situación inicial porque sabemos que, si lo hacemos, nuestros miedos más grandes nos van a caer encima instantáneamente. ¿Qué mejor que evitarnos nosotros mismos ese sufrimiento antes de que suceda?

Pero todo eso que nos imaginamos probablemente nunca pase, y si no lo enfrentamos, nunca lo vamos a saber. Y quizás, solo quizás, lo que nos espera al atravesar eso que tanto miedo nos da, es positivo. Tal vez es la oportunidad de nuestra vida, pero la saboteamos antes de siquiera llegar a imaginarla. Porque claro, en nuestros miles de escenarios imaginarios, nunca existe la posibilidad de que haya algo bueno, algo enriquecedor, algo que no implique lidiar con sensaciones incómodas y feas. Solo panoramas negativos.

No es fácil derribar esos (malos) escenarios imaginarios. Es más, es posible que nunca nos liberemos de ellos. Pero podemos empezar a imaginar buenos escenarios conviviendo con esos que no nos gustan y nos atemorizan. Crearlos, sentirlos, ser conscientes de que esos también pueden suceder y usarlos como motor para decidir, finalmente, enfrentar la situación. Tal vez nos sorprendamos gratamente del resultado.

(la portada es un recorte de una foto de mi autoría)