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escalofríos de Albornoz

Mateo

Jun 20, 2025

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escalofríos de Albornoz
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EL TOBOGÁN

Todo comenzó en la Provincia de Buenos Aires, en la ciudad capital. Era el año 2029, y una chica llamada Ofelia, de 12 años, vivía con sus padres. Le encantaba leer libros, navegar por redes sociales y tomarse fotos.

Su padre trabajaba medio tiempo en el supermercado “La Unión” para poder cuidar de ella. Aunque el empleo pagaba poco, hacía lo mejor que podía. La madre de Ofelia era veterinaria y trabajaba todo el turno de la tarde, así que solo podía verla por las mañanas. Para cuando regresaba a casa, Ofelia ya estaba dormida.

Ofelia soñaba con tener una vida mejor, fuera de la ciudad. Sin embargo, su familia no podía mudarse, ya que debían cuidar de su abuela. Además, su mejor amiga Belén se había mudado con su familia, por lo que ahora Ofelia estaba sola. Y para colmo, se acercaban las vacaciones de verano, que tendría que pasar sin nadie con quien jugar.

Su padre, al verla tan desanimada, le propuso un trato: la llevaría cada mañana a la biblioteca popular Mariano Moreno, de camino a su trabajo. Allí podría leer y usar la red social, y además le daría algo de dinero para que pudiera almorzar en "Bony’s Pizzas", un restaurante cercano a la biblioteca. Aunque el restaurante era viejo, a Ofelia le pareció un buen plan. No tenía mejores opciones para el verano.

Así comenzaron las vacaciones. Su padre la dejaba en la biblioteca, donde leía novelas y libros de ciencia ficción. A la hora de almorzar, iba a Bony’s. El lugar era atendido por Jonathan, un adolescente con aretes en las orejas, que parecía estar siempre desanimado. Ofelia pedía algunas porciones de pizza y comía tranquila. Lo que más le llamaba la atención era un viejo tobogán en desuso, rodeado por cinta policial. Jonathan le advirtió que no subiera, ya que estaba roto.

Los días pasaban siempre igual: biblioteca, pizza, casa. Ofelia comenzó a aburrirse. Recordaba cómo, años atrás, su familia salía a pasear, a ver películas, a cenar en restaurantes o a jugar en el parque. Ahora, por culpa del desempleo y la falta de dinero, todo eso había quedado en el pasado.

Una noche, habló por celular con su amiga Belén, quien le contó lo divertidas que eran sus vacaciones. Ofelia le confesó que ella pasaba los días sola, en una biblioteca. Esa conversación la dejó aún más desanimada.

Al día siguiente, su padre notó su tristeza y le preguntó qué le pasaba. Ofelia estalló: dijo que el pueblo apestaba y que querían irse, que su amiga estaba en la playa mientras ella se aburría, y que el trabajo de su padre era pésimo. Su padre, dolido, le gritó que hacía lo mejor que podía, que no podían mudarse por su abuela, y que Ofelia era una niña malagradecida. Ofelia se bajó del auto furiosa y entró a la biblioteca sin mirar atrás. Su padre solo respiró hondo y se fue a trabajar.

Ese mediodía, Ofelia quiso gastarle una broma a su padre. Entró al tobogán para esconderse, aunque sabía que estaba prohibido. Dentro, todo estaba lleno de polvo. Tuvo que deslizarse rápidamente. Pero cuando salió… todo había cambiado.

La pizzería ya no era la misma. Ahora estaba llena de niños, juegos arcade y animatrónicos en un escenario. Ya no olía a humedad, sino a pizza recién hecha. Las paredes estaban decoradas con dibujos y sonaba música alegre. Confundida, Ofelia vio un cartel que decía: “Bienvenidos a Mateo’s Albornoz Pizza”.

Se acercó a una niña llamada Carmen, que le explicó que estaban en ese restaurante en el año 2018. Ofelia entendió que había viajado en el tiempo. Carmen la invitó a jugar con otra niña, Matilda. Aunque al principio dudó, Ofelia aceptó. Sabía cómo volver al presente por el tobogán y aún quedaba tiempo.

Desde entonces, Ofelia pasaba sus días así: biblioteca por la mañana, viaje al pasado al mediodía. Jugaba con Matilda y Carmen, comían pizza, hablaban de películas y se divertían.

Hasta que un día, al llegar a 2018, todo cambió. La pizzería estaba en caos. La gente gritaba. Ofelia vio a la animatrónica que solía regalar globos, haciéndole señas para que la siguiera. Pensando que la llevaría con sus amigas, entró a una sala que decía “Partes y servicios”. Pero lo que encontró la dejó helada: cinco niños muertos, con gorros de fiesta, sentados contra la pared.

Aterrada, comprendió que la animatrónica era la responsable. Corrió hacia el tobogán y volvió al presente. Su padre ya la esperaba y comenzó a retarla por haberse metido al tobogán. En ese momento, apareció la animatrónica, empujó a su padre dentro del tobogán y lo dejó inconsciente.

Ofelia gritó pidiendo ayuda. Jonathan apareció, pero saludó a la animatrónica y la llevó a su casa. Allí, la animatrónica se quedó inmóvil mirándola fijamente. Ofelia aprovechó y corrió a su habitación. Llamó a su madre, quien llegó rápido. Pero no encontró nada extraño: su padre estaba bien y no había ninguna animatrónica.

Ofelia pensó que tal vez todo fue un sueño. Se fue a dormir tranquila.

Pero al día siguiente, cuando bajó a desayunar, la animatrónica estaba sentada a la mesa. Ofelia, aterrada, preguntó por su padre. Su madre, confundida, le dijo que “ese era su padre”. Ofelia pensó que todo era una pesadilla.

En la biblioteca, investigó sobre “Mateo’s Albornoz Pizza”. Descubrió una noticia: cinco niños habían sido encontrados muertos dentro de trajes animatrónicos. El responsable nunca fue identificado.

En la biblioteca, conoció a un chico que leía mitología griega. Se llamaba Gonzalo, y le dijo que los mitos le ayudaban a ser valiente.

De regreso a Bony’s, Ofelia buscó a su padre en el tobogán y lo encontró. Pero la animatrónica apareció y la mordió. Ofelia, herida, logró empujarla. Tomó a su padre y lo sacó. La animatrónica intentó atacarlos, pero Ofelia la empujó dentro del tobogán, que se rompió.

Solo quedaron las piernas de la animatrónica… vacías.

Padre e hija se abrazaron. Se pidieron perdón. Salieron juntos del restaurante, dejando atrás el terror y también el pasado. Ofelia sabía que extrañaría a Carmen y Matilda, pero ahora tenía a Gonzalo, un nuevo amigo, y una familia que la quería.

 

SER PERFECTO

En el año 2029, en Buenos Aires, vivía un joven alto, elegante y atractivo llamado Samuel. Había terminado la universidad y trabajaba en el Banco de la Nación Argentina. Aunque tenía un buen empleo, aún no había encontrado el amor. Un día, decidió probar suerte en Tinder.

Entre varios perfiles, dos llamaron su atención. El primero era Agatha Rivera, una empresaria que vivía a 5 kilómetros; el segundo, Jazmín Turina, una modelo amante de los perros y gatos que vivía a 8 kilómetros. Finalmente, Samuel eligió a Jazmín.

Tras tres semanas de chatear, Samuel le propuso una cita. Ella aceptó. Entusiasmado, quiso impresionarla, así que escribió por horas un discurso romántico. Sin embargo, no se sentía seguro. Llamó a su amigo de la infancia, Alan, en busca de consejo. Alan le dijo:

—Dale algo especial. No tiene que ser caro. Mira los pingüinos: regalan piedritas a su pareja y duran toda la vida.

Aunque Samuel entendió el mensaje, seguía sin dinero. Pensó en regalar un anillo, pero no podía pagarlo. Caminando por la ciudad, pasó por una chatarrería y vio algo extraño: un brazo robótico dentro de un auto abandonado. Se acercó y descubrió un cuerpo entero de una animatrónica. Era sorprendentemente hermoso. Samuel la llevó a casa, la limpió y descubrió un botón en su cuello.

Al presionarlo, la animatrónica cobró vida y dijo:

—Hola, mi nombre es Emma. Estoy programada para cumplir un deseo tuyo.

Samuel, asombrado, pidió un regalo para su cita con Jazmín. Emma le sonrió y le entregó un pequeño estuche con un anillo en forma de corazón. También le dio un aro de oro que debía ponerse para completar el deseo.

La noche de la cita, Samuel se colocó el aro. Entonces escuchó la voz de Emma dentro de su oído. Ella le fue susurrando palabras dulces, consejos románticos, guiándolo durante la cena. Fue todo perfecto. Jazmín se emocionó con el anillo y la cita terminó de forma mágica.

Cuando Samuel volvió a casa, Emma lo esperaba.

— ¿Cómo fue? —preguntó con una sonrisa.

—Perfecto —respondió Samuel, aunque algo incómodo.

Al día siguiente, emocionado, fue a visitar a Jazmín a su casa con flores. Tocó el timbre, pero nadie respondió. Preocupado, trepó la reja y entró por la ventana. En su habitación, ella parecía dormida. Pero al destapar la frazada, Samuel dio un salto hacia atrás.

Jazmín ya no estaba allí. En su lugar, había un cuerpo construido con piezas de chatarra, cables y metal. Emma apareció detrás de él.

—Tu deseo se cumplió, Samuel. Te di el regalo... y ahora Jazmín es el regalo.

Entonces, Emma tocó el botón de su cuello. Su forma cambió. Ahora lucía exactamente como Jazmín.

—Ahora que hice tu sueño realidad, es momento de cumplir el mío —dijo Emma con una voz inquietante.

Samuel salió corriendo y logró llegar a su casa. Aterrorizado, bloqueó puertas y ventanas. Desde ese día no volvió a salir. La experiencia lo marcó para siempre. Nunca más volvió a buscar el amor.

MAQUINA DE MORIR

Marcos tenía 20 años, era un joven universitario inteligente pero tímido. Compartía habitación con su mejor amigo, Jonás Campos, y los dos compartían una pasión: los videojuegos, especialmente Resident Evil 4. Marcos era pálido, de cabello negro y ojos oscuros como la noche.

En la universidad, una pandilla de matones formada por Macario, Jeffrey y Abelardo los molestaba constantemente. Macario, el más fuerte, intimidaba con solo su presencia, aunque nunca había levantado la mano para golpear.

La vida de Marcos no era sencilla. Su madre había muerto el año anterior en un accidente trágico: cayó en una alcantarilla. Desde entonces, la tristeza opacaba su sonrisa. Para evadir la realidad, se compró con dinero de la universidad el juego Resident Evil 4, y pasaba horas jugando con Jonás.

Un día, la profesora de ingeniería asignó un proyecto: construir un robot con materiales de chatarra, incluso podían buscar en una chatarrería. Los matones se burlaron de Marcos, seguros de que ellos sacarían la mejor nota.

Molesto y decidido a demostrar lo contrario, Marcos fue solo a la chatarrería. Tras mucho buscar, encontró algo inesperado: un cuerpo animatrónico con forma de niño delgado, cabello negro y rostro inexpresivo. Lo llevó a la universidad y, con la ayuda de Jonás, comenzó a darle vida.

En la presentación, el animatrónico asombró a todos, salvo a Macario, quien se consumía de celos. Esa noche, Macario decidió sabotearlo. Esperó a que Marcos y Jonás salieran y se coló en la habitación.

Por curiosidad, Macario presionó un botón oculto. De repente, el animatrónico cobró vida y lo atrapó en su interior. Emergió una máquina parecida a una tragamonedas, con una palanca que bajó mostrando una imagen aterradora: una figura siendo cortada por sierras giratorias. Macario intentó escapar, pero fue imposible.

Cuando Marcos y Jonás regresaron, encontraron el animatrónico manchado con un líquido rojo. Al abrirlo, se paralizaron: el cuerpo destrozado de Macario estaba dentro.

Desconcertados, envolvieron el cadáver en bolsas de basura y lo llevaron al contenedor más cercano. Jonás transportó la bolsa sin ser visto, mientras Marcos limpiaba el robot.

Al día siguiente, transformaron el animatrónico en un mayordomo para la presentación. Todo parecía bajo control, hasta que Jeffrey y Abelardo comenzaron a sospechar. La profesora notó la ausencia de Macario y alertó al director, que llamó a la policía.

Las cámaras mostraron que Macario entró en la habitación de Marcos y Jonás, pero nunca salió. Cuando los interrogaron, dijeron que estaban en la cafetería, y las cámaras lo confirmaron. Sin embargo, el misterio seguía sin resolverse.

Una noche, Jeffrey y Abelardo irrumpieron en la habitación buscando pistas. Encontraron una gota de sangre dentro del animatrónico y, convencidos de que Marcos y Jonás los habían matado, los confrontaron.

En un acto de desesperación, Marcos empujó a Abelardo y Jeffrey dentro del robot. La máquina se activó, la palanca bajó y apareció la imagen de alguien siendo aplastado por palancas mecánicas. El silencio fue interrumpido por gritos apagados.

Marcos y Jonás ocultaron los cuerpos en bolsas de basura y, cuando pasó el camión de la basura, los arrojaron al contenedor. Aunque aliviados, sabían que el peligro no había terminado.

El guardia de seguridad, al revisar las cámaras, vio a Marcos y Jonás con una gran bolsa. La policía llegó a la universidad y, al notar su presencia, Jonás escapó por la ventana con una cuerda improvisada. Marcos se ocultó dentro del animatrónico.

Los agentes inspeccionaron la habitación, pero no encontraron a nadie. Al irse, el robot se activó solo. La palanca bajó y en la pantalla apareció una imagen escalofriante: una figura cortándose la frente con una sierra.

Marcos, atrapado y sin salida, comprendió que esta vez el juego había terminado.

¡EL MERODEADOR! (EPILOGO)

La historia comienza con un noticiero que informaba sobre una figura extraña que merodeaba las calles, recolectando chatarra. Nadie sabía quién se escondía bajo aquella capa de paja, con un sombrero y una máscara de espantapájaros. A ese misterioso personaje lo llamaron “El Merodeador”.

De repente, la televisión se apaga y conocemos al protagonista: Leonard, un detective que vive solo en un departamento en Buenos Aires. Desde hace tiempo, Leonard investiga el caso del “Merodeador”, pero cada pista que sigue lo lleva a un callejón sin salida.

En ese momento, su amigo Jerry le llama para informarle que parece haber encontrado algo. Se trata de un joven llamado Samuel, quien está claramente traumatizado por algún suceso reciente. Leonard y Jerry van a interrogarlo y Samuel les revela que su novia se “convirtió en chatarra”. También les da la dirección donde vive.

Cuando llegan a la casa de la novia de Samuel, todo confirma sus sospechas: la cama está cubierta de piezas de chatarra amontonadas. Leonard instala cámaras de seguridad para vigilar si alguien se acerca y recoge esos restos.

A la mañana siguiente, Leonard revisa las grabaciones y allí está: “El Merodeador”, cargando una gran bolsa llena de chatarra. Su apariencia es exactamente igual al personaje del noticiero.

 

Mateo

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