Hay veces que quiero perderme en un libro, un cuento, un poema. A veces, ese querer es grande, muy grande, mayor a cualquier acumulación de páginas, narrativas o líricas, y tanto así que solo me hace falta una palabra, una sílaba, una letra puesta en el lugar correcto (o no, una de esas que, por estar donde no va, te quiebra el alma en una fracción de segundo). Esta aleatoriedad del objeto debe deberse, pienso, a que lo importante es la perdida del yo en el objeto, no el objeto en que se posará la pérdida.
Hay una cosa apoética en perderse, inenarrable, literaturezcamente patética. Claro que el resto de las cosas que hacen al perderse son los opuestos a lo antes dicho: lo poético, lo narrable, lo literaturezcamente necesario. Porque para perderse tiene que haber habido un camino, y no hay camino que no sea poesía solo por ser camino, no hay ninguno que no sea digno de épica epopeya, ni los hay sin literaturalidad inmensa.
A mí me gusta eso. Me gusta ser y sentirme palabra y canción y también poema. Me gusta cuando un verso me cuenta lo que no me atrevía a pensar, cuando una frase me cuestiona hasta el punto de producirme incomodidad, cuando una palabra me desencaja de manera tal que me da la sensación de no haberla conocido antes.
Porque esas son las mayores líneas de representación de aquel primer perderse: ese cúmulo de sensaciones de desconocimiento pero, sobre todo, ese cúmulo de sensaciones. Más es así cuando dicho perderse es en una página llena de palabras tan aparentemente ajenas, tan falsamente ajenas. Porque toda persona que escribe sabe que toda palabra que escriba dejará de ser suya cuando sea leída y, aunque quien lea no lo haya pensado, es claro que toda palabra leída pasa a ser propiedad de quien la lee y solo a quien lee es capaz de decir.
Y qué necesario es esto. Leer, leerse. Tanto así como perderse. ¿Cómo podría encontrarme de no haberme sabido perdido en un momento anterior? ¿Cómo sabré qué ignoro o qué tengo sabido si no me atrevo a encontrarme con aquellos yoes que desconozco?
Hay algo místico en las palabras, en perderse en ellas, en encontrarse. En hacer del camino un proceso y del proceso una parte fundamental del desarrollo propio, del personaje que soy yo mismo, hay algo casi surreal.
Esto no es un libro, ni un cuento, ni un poema. Sin embargo, hay cosa poética, narrativa, literaturezca, incluso, en haberme permitido perderme, perderme acá, saberme perdido, desde aquel primer haber hasta está última palabra.
charlie
escribo. digo cosas. las cosas que no hablo. los silencios que me guardo. los gritos que no toco.
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