Y yo siempre que subo es porque sé que estás bajando, porque sé que es estrecho el giro y no hay maniobra posible.
Roza lo perverso, la psicosis se dibuja en consigna por el aire, se entrelaza con tu pelo, se acurruca entre los cuellos, entre los perfumes que van subiendo y hundiéndose a la vez. Y ni hablar de las miradas que necesariamente nos cedemos, porque no necesitamos reclamos ni tampoco explicaciones en un espacio más allá del permitido donde incluso sin reparo, podemos chocarnos como y por casualidad, sabiendo que con un pedirnos perdón de frente no habrá sospecha alguna.
Ni para el resto, ni para los dos, que seguiremos sin despeinarnos a los abajos y a los arribas sin entender de los medios.
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