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Escalar una cumbre; HABITACIONES (4/11)

Oct 12, 2025

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Escalar una cumbre; HABITACIONES (4/11)
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(Extraído del diario de Fabian)

Acerca de tres años atrás mi vida era algo distinta, pero una serie de acontecimientos fueron dirigiéndome al precipicio del final. Por entonces concurría a la oficina todos los días, y ante el tedio de la rutina imperceptiblemente algo se estaba quebrando en mí, andaba estresado y agotado, tal vez la desconexión conmigo mismo, acaso porque la vida perdía su brillo y las obligaciones me apartaban de una forma de ser anterior al yugo habitual de los informes y los reportes. Lamentaba que este trabajo hizo a mi incipiente formación literaria y filosófica darse de bruces frente al mandato económico de la independencia. Sea como fuere, en julio decidí tomarme unas vacaciones, que extrañamente serían las últimas. Mi amiga Sofía me aconsejó, con esa mezcla de formalidad e informalidad, develándome algo misteriosamente por su hondura con una mezcla esperanzada de que en las montañas hallaría algo de relajación. Gracias a un dinero que estuve pacientemente ahorrando me tomé unos días para visitar las sierras de Córdoba. Fue un viaje sencillo, modesto, pero sobre todo solitario. La idea era hacer senderismo o algo que me hiciera trabajar los músculos y nutriera mis huesos, ya blandos de tantos meses sentado en una silla. Paré en un pueblo alemán, no sin cierta sorna por la “supremacía” aria, reconozco que es una forma de racismo, pero también es natural en un mundo que desprecia nuestra realidad autóctona. Me informé de cómo escalar el cerro y a la noche probé embutidos alemanes, descontando que me aprovisioné de cierto número para el ascenso.

Esa mañana fue cálida e invitaba a algunos acontecimientos deslumbrantes. Seguí las huellas y encontré contingentes en vacaciones, decidí ir a lo seguro, aunque no soy huraño, el dialogo no se me presta con facilidad, de todos modos me acerqué a ellos. Era un grupo alegre y bastante más joven que yo, en excelente forma y despreocupado, a menudo incurrían en cantos y me recordaban a Sofía. Escalamos. El camino era suave, aunque trillado por grupos y grupos que perpetuamente recorrían esos caminos.

Cerca de la cima los muchachos me invitaron a acercarme al fogón, yo estaba fuera de mí, y algo incómodo, igualmente en silencio me acerqué, después de todo no era prudente escalar esas altitudes sin que nadie esté enterado de la presencia de uno, así que di testimonio. Entre cantos y bailes me ofrecieron fumar, me dijeron que esas semillas me harían muy bien, -vamos, hombre, conéctese con sus raíces originarias, estas semillas fueron un regalo de la madre naturaleza para los pueblos de América.- En la pipa el fluido gaseoso y humeante se veía amenazante. Aunque normalmente no concedería con tanta ligereza a cosas asi me dije qué diablos, además algo en mí deseaba un cambio, y pensando a mi pesar en la oficina, aspiré. El efecto fue inocuo. Los muchachos se sorprendieron de que no estuviese delirando ni nada si era mi primera vez. -A lo mejor no inspiró debidamente- sugirió uno. Supuse que tendrían razón y no le di mayor importancia.

Al levantarse el sol continuamos el ascenso. Llegamos a la cima, logramos la meta y como es de esperar todos sacaron sus celulares, tomaban fotografías entre nubes y límpidos horizontes cristalinos. Uno de ellos dijo: -¡miren un águila mora! -Ohhh- Exclamaron al unísono. Yo permanecí quieto, fascinado por el ave. Contemplé sus ojos marrones penetrantes, pensé en semillas de nísperos, no sé por qué. Esos ojos me miraban nítidamente con tanta firmeza y sorpresa como yo que le devolvía la mirada. Me absorbí en su pelaje celeste, -o mora- pensé, me llamó la atención: Parecía un tejido ligero azul, sencillo, imponente, apacible y liviano. De pronto irrefrenablemente, sin poder contenerme para sorpresa de todos me arrojé al vacío. Caía en picada, el viento acariciaba mi rostro, mi pelo, los dedos de mis pies, mientras caía supe que no caía, me arrojaba, volaba, observé un pelaje blanco que llamó mi atención, entonces detuve el vuelo, y mis garras se clavaron en su piel, el conejo gritó de dolor y desangrándose se sintió desfallecer.

-¿Estas bien?- Me dijo uno de los chicos.

-¿Eh?- respondí confundido. -Sí, sí.-

Eso fue arriba.

Abajo las calles parecían mundanas, simples, sin brillo. El grupo alegre se había ido, no sé como hice el descenso, fuera de mí seguía pensando en la experiencia, en el vuelo, en la energía, en cómo me sentí libre, y cómo en esos momentos mientras cazaba el conejo era yo mismo; como nunca me sucedió antes. No lo pude explicar. ¿Fue efecto de la droga? Ciertamente, pero retroactivo, pensé en que todos los demás estaban en sí, sin embargo, el águila a mí me llevó a lo hondo, a lo alto, y a lo bajo, a lo primitivo, a una verdad más originaria, al sentimiento de la sangre caliente escurriendo por mis no sé qué.

Subí al micro y emprendí el viaje hacia lo bajo, hacia la llanura, hacia el litoral. En lo alto, vi a mi pareja, volaba feroz por el descampado. Ahuyentaba a otros pajarracos invasores, pequeños e insignificantes, frente a nuestro poder, territorialmente volvía a mí, y yo volvía en mí. Ya estaba en la estación de ómnibus. Tomé un remise a mi casa y sentía que me volvía loco, pero esos instantes delirantes eran el colmo de la felicidad, de conexión con una parte impensable de mí mismo, con aquello que yo mismo era. Yo era un águila.

El martes en la oficina seguía viajando una y otra vez a lo alto del cerro, pero curiosamente es allí donde me sentía pleno, aunque mi vida se volvió un caos. En la oficina me reprendieron toda la semana por mis desvanecimientos. Mi jefa me miraba con malos ojos, recordé que muchas veces dijo que los que se toman unos días vuelven otros, -o sea que no quieren laburar más. Se olvidan de las cosas importantes.-

Pensaba en Sofía, ¿por qué me dijo con tanto misterio que debía sí o sí ir a los cerros? En todo caso, aunque escéptico, supuse que ella algo me diría. Ella era mi amiga hace tantísimos años y yo nunca la entendí plenamente, pero esto del águila ponía en jaque todas mis nociones, ¿me estaba volviendo loco? El sábado decidí consultarle. Toqué el timbre de su casa, y el chirrido del timbre me pegó en la cara rasgándome la piel, de pronto estaba luchando por mi vida con otra ave. El chirrido me ensordecía, y yo contestaba con igual furia. Aquella me picoteaba, intentaba morderme, pero yo veloz apenas le permitía rozarme. Hasta que hundí mi pico en su garguero, de nuevo la sensación excitante. El gusto de la sangre.

-¡Fabían!- Me dijo ella- qué gusto verlo.-

-Hola, Sofi. Necesito tu ayuda.-

-Encantada, pase.-

Estaba acostumbrado a su fingida formalidad, anteriormente se presentó una lucha por mantener el registro distante, pero con el tiempo aprendí a separarlos, nunca me di cuenta que esa era una manera de convivir en el mismo mundo en varios universos.

En medio de su habitación con cojines y felpas, inciensos y velas le conté mi caso. Ella, mística, me dijo:

-Lo que sucede, Fabián es que conectó con su espíritu animal. Por algún motivo lo esperaba allá en lo alto, en el cerro. No me mire así, yo no lo sabía. En cualquier caso, no se crea que va volver a lo bajo así nomás. Una vez que se abre una puerta no se cierra tan fácilmente. Solamente se cerrará con su muerte, y me temo que vendrá pronto si no aprende a dominarlo. Debe descubrir su auténtica identidad y conectar con lo alto desde lo bajo. Ahora si me disculpa tengo que meditar.-

Me fui algo molesto por la falta de respuesta concreta o de solución a mi problema. En otro de mis viajes sentí una masa verde volar hacia mi, sentí un agudo dolor en el radio. Un remisero se bajaba a la avenida y a los insultos me arrastraba a la vereda mientras llamaba a la ambulancia. Más tarde, la psiquiatra del hospital me hizo una serie de preguntas clave para determinar mi cordura. Yo estaba aterrorizado de que me diagnosticaran algún tipo de delirio y me colocaran en reclusión. Contesté tan cuerdamente como pude rogando no volver a elevarme a los cielos. Me colocaron en una habitación donde había una pareja de hermanos afligidos pensando en su madre agonizante.

-Ya está en las últimas- dijo él-, la médica paliativista consiguió que le suministren la morfina, ya solo resta esperar.-

-Parece mentira que esté sucediendo, fue como con José, desde entonces mamá nunca volvió a ser la misma. Dejó de escribir, ¿te acordás? La partida de José la desconectó para siempre.-

La escucha resonó hondamente en mí, algo así me pasó a mí cuando abandoné mis estudios. Pensé una y otra vez en la frase: “La desconectó para siempre”. “La desconectó para siempre”. Entonces lo supe, mi águila era una manifestación de mi autenticidad, llegó a mí con su vuelo majestuoso y sus ojos brillantes y pardos para conectarme, para liberarme del yugo, para volver a un estado original, anterior a la alienación. No sé cómo, debía volver a escribir, la forma de conciliarme con mi espíritu animal, era volver a conectar con mis aspectos creativos. Eso es lo que el águila, o quien fuera quería de mí, que vuelva a escribir, salir de la oficina.

Esa semana renuncié y volví a la soledad, al silencio, al conflicto del dialogo interior. Fue lento, costó adaptarse, pero funcionó. Ahora el águila mora solo me visita por las noches. Hice las paces con él. En lo bajo de mi habitación cuando duermo, me elevo a lo alto. Y vuelo.

Bonchi Martínez

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