Majo me preguntó si la tristeza que sentía me había acompañado siempre y, sin pensarlo demasiado, le respondí que sí. Era la primera vez que hablaba cara a cara con ella y también la primera vez que alguien me tiraba las cartas. La curiosidad me invadía por completo. Siempre he sido curioso, y digamos que también espiritual, aunque esta faceta la desarrollé lentamente, a cuentagotas. Nunca fui muy atento a las señales de mi cuerpo, pero ese día algo cambió.
Hablamos sobre cómo, a veces, vivir se me hacía muy difícil, de que no me interesaba llegar a viejo y prefería vivir intensamente aunque fuera por poco tiempo. ¿Era por eso que tenía ciertos vicios? ¿Tan simple como eso? Me parecía una estupidez llegar a esa conclusión, pero era la única que había persistido a lo largo de los años.
Recuerdo que salió una carta que me dio miedo, pero que también podía significar un cambio. No me daba cuenta de que en el aire flotaba una magia misteriosa. Por alguna razón estaba ahí, por algo había decidido tener esa experiencia, aunque no entendía bien el motivo. Un tiempo atrás, escribir me había ayudado con la tristeza, pero ahora me molestaba. Me costaba escribir, me costaba leer. Pasaba el tiempo jugando a la Play, haciendo zapping, durmiendo mal, teniendo sexo con personas desconocidas y sin conexión más allá de lo corporal. Comía mal, vivía noches eufóricas y ni siquiera hacía la cama todos los días. Me cortaba el pelo semanalmente, usaba buen perfume y me vestía bien, pero todo era solo superficial. La tristeza que llevaba dentro no se reflejaba externamente.
Majo habló de la potencia, de mi potencia. Salió la carta del sol y yo sonreí. Lo recuerdo bien porque en esos meses no sonreía tanto. Me sentía cómodo ahí, tomando mates y hablando de tarot con ella, presente y conectado con la situación. Hablamos de literatura y de la relación entre el pasado, el presente y el futuro. De mi aburrimiento, de mi creatividad no desarrollada, de Kurt Cobain, pisciano como ella y yo. Volví a sonreír al recordar cuántas veces me había sentido reflejado en él. No mencioné la idea del suicidio porque nunca llegué a considerarla seriamente, pero no puedo negar que en algun momento me pareció seductora.
Hablamos de mi relación con las mujeres, de mis errores y también de mis aciertos con ellas. Lo raro empezó después. Con el paso de los minutos, me fui dando cuenta de algo. No era por curiosidad; en realidad, estaba con Majo por la misma razón que había empezado a escribir unos años atrás: por tristeza. Yo tenía tristeza.
En un momento dado, la mascota de la casa, un gato, se subió a la mesa y me rodeó durante varios segundos. Incluso se sentó y caminó sobre las cartas, desordenándolas. También sonreí porque sentía el contacto con un animal y porque, de alguna manera, eso debía significar algo. Durante esos minutos dejé de estar triste.
Al rato, cuando terminamos, llegaron Facundo, su pareja y también mi amigo, junto con Ciro, el hijo de ambos. Sentí una alegría enorme porque por un ratito me sentí parte de un hogar. Los miraba a los tres y pensaba que el verdadero gil era yo por haber creído que ser padre tan joven debía ser un bajón. ¡Un bajón las bolas! Podría ser difícil, pero ¿con qué criterio opinaba sobre algo sin haberlo experimentado? Además, el que realmente estaba mal era yo. "Gil es el que no tiene sueños" escuché una vez, y yo los tenía, pero los estaba perdiendo, dejándolos escapar sin hacer nada más que mirar.
Hablamos un rato más y bromeé con la idea de que ojalá Ciro no terminara siendo escritor. Silenciosamente, esperaba que me invitaran a cenar, pero no lo hicieron y creo que estuvo bien, ellos tenían sus propios asuntos y yo debía ocuparme de los míos. Al menos comenzar. Los saludé dos o tres veces a cada uno porque no quería irme, y me fui con una sensación extraña y a la vez hermosa.
Manejé un par de cuadras sin dirección. La respuesta siempre era la misma: no sabía adónde ir. Hice algunas compras y volví a casa. Al cruzar la puerta, preparé unos mates y empecé a llorar. Al principio fue difícil, lento, pero luego las lágrimas invadieron mi cara. Me pregunté cómo sería ser padre, llegar a casa y jugar con un hijo, desear que crezca sano y fuerte, verlo reír y también llorar. Me pregunté cómo sería ver llegar a la persona que vive con uno. Me di cuenta de lo solo que me sentía. Entendí también que ya no quería seguir así. Estaba cansado.
Seguí llorando un poco más y luego me puse a cocinar. Mientras preparaba unas milanesas napolitanas, volví a llorar. Terminaron siendo más milanesas a la lágrima que napolitanas. Me reía y lloraba al mismo tiempo pero ya no era por tristeza, lloraba porque me daba cuenta de que mis sueños volvían a rodar otra vez. La carta de la muerte simbolizaba el fin de un ciclo, de un hábito oscuro, mientras que la carta del sol representaba precisamente lo que comenzaba a brillar en mi vida. Esa tarde, empezaba a ganarle el partido a la hermosa flor llena de espinas que es la soledad no deseada. En poco tiempo, escribir ya no me costaría; por primera vez, lo disfrutaría. Esa tarde de otoño y tarot, Majo, Facundo y Ciro me salvaban la vida, aunque no lo sabían, porque yo tampoco lo sabía.
Niyén Pibuel
voy por la vida muy tranquilo y sin apuros porque para mí es excesivamente larga y cada tanto aburrida :)
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