Esa mañana

Esa mañana despertó con la familiar sensación de haber cometido un error. Abre los ojos, ve el techo, y antes de poder descubrir qué fecha es, lo inunda el remolino de culpa, timidez, pudor y arrepentimiento, un cóctel lo suficientemente venenoso como para desorientarse unos minutos más. Cuando consigue reencontrarse con el aire y respirar una bocanada, puede darse el lujo de construirle un dique a esa catarata de sentimientos. Le sucede una calma, y con ella, la posibilidad de pensar con un poco de claridad. 

La vergüenza y el arrepentimiento son constantes en su vida, ya no por certeras, sino por costumbre. Es la respuesta natural de su cabeza luego de perder el control, el milimétrico cuidado de su cotidianeidad.

Ejemplifico: toma media cerveza de más, libera una carcajada, baila sin sopesar la opinión ajena y, lejos de sentirse 15 minutos liberado, lo revuelca una ola de displacer, se raspa las rodillas contra el pudor, se ahoga con remordimiento salado y queda de culo, corpiño corrido, mirada perdida, preguntándose por qué, por qué se soltó así. 

Hace poco vio un video. Un chico recitaba unas palabras de alguien más, un alguien que problematizaba sobre la naturaleza del homosexual, que sin rodeo alguno, se crea un disfraz durante toda la vida, para cinturear los porvenires de la discriminación, y luego, debe encarar la ardua tarea de descubrir qué desechar de ese disfraz, para revelar lo auténtico de su ser. 

Entonces, esa mañana, pasadas las 5 inspiraciones con sus respectivas y lentas, lentísimas, suspiraciones, alcanzando la lucidez, recordó que había descubierto lo auténtico bajo el disfraz. Y, para su absoluta sorpresa, se llenó de alegría.