Las fórmulas de los libros de autoayuda parecen estar diseñadas para quienes viven en entornos esnob y exclusivos. Pero, ¿qué pasa si compartes tu espacio con otras cuatro o más personas? Voces gritando y peleando en el fondo, una madre entrando a tu habitación compartida cada media hora porque considera que deberías estar limpiando, cocinando o trabajando, todo eso hace que esa "sesión de autoterapia" se convierta en una fantasía inalcanzable.
La realidad es que el adulto promedio de clase media-baja dedica su vida a suplir sus necesidades más básicas: comer, dormir, ir al baño, y, sobre todo, trabajar. Un trabajo que, por lo general, es mal remunerado y con condiciones limitadas. Es el único trabajo al que pudo acceder, dadas las oportunidades de educación y el contexto económico en el que creció.
En este contexto, pensar en cosas más profundas o abstractas, como sueños, proyectos personales o incluso la búsqueda de la felicidad, se convierte en un lujo innecesario, algo que simplemente no encaja en la realidad inmediata. Para ellos, reflexionar sobre su bienestar mental o emocional es un privilegio que no pueden permitirse, un tiempo perdido que ni siquiera pueden imaginar. Lo que realmente importa es sobrevivir, y eso consume todo el tiempo y la energía.
Si uno pertenece a un nivel socioeconómico bajo, parece que se le prohíbe el derecho a pensar en ciertos temas o, mejor dicho, no tiene la opción de "perder" tiempo reflexionando sobre asuntos que no sean tangibles y prácticos. La vida se reduce a lo inmediato, a lo urgente, a lo necesario.
Filosofía, literatura, pintura, humanidades y las artes en general parecen ser privilegios reservados para aquellos cuyos padres pueden costearse una educación en esas áreas. Claro, cualquiera puede perseguir sus sueños si tiene el talento y la disposición para trabajar duro por ellos, pero, en mi caso, gracias a mi contexto socioeconómico, pensar siquiera en dedicarme a alguna de estas disciplinas se convierte casi en un tabú. Es un deseo prohibido, un "delito culposo", una ofensa al esfuerzo de mis padres y al trabajo arduo de mis antepasados, quienes lucharon para que yo estuviera aquí, con lo que tengo: un techo (que aunque tiene algunas manchas de humedad, sigue siendo techo) y la oportunidad de haber ido a un colegio secundario privado, lo que me permitió aprender inglés.
Sin embargo, al intentar dar el siguiente paso hacia estudios terciarios, es cuando el verdadero conflicto apareció. Ahí es cuando las limitaciones económicas y las expectativas sociales colisionan de forma inevitable, reduciendo las opciones de vida a lo que es más seguro, no a lo que realmente llena. El hecho de haberme visto obligada a estudiar algo que no me apasiona, solo ha hecho que me quede atrapada en un ciclo sin fin, probando carreras convencionales que harían sentir orgullosos a mis padres, pero que no son lo que realmente quiero.
Han pasado varios años desde que terminé el secundario, y todavía no tengo un título en ninguna carrera. Eso me ha llevado a seguir viviendo con mis padres, atrapada en un entorno que refuerza las mismas expectativas y dinámicas, esas que me mantienen en un lugar en el que no siento que pertenezco. Por eso, sigo tratando de implementar esa "autoterapia", un esfuerzo constante por mantener la calma y encontrar mi camino, aunque las presiones de mi entorno no me lo permitan. Cada intento de autoconocimiento se ve constantemente interrumpido, como si el simple hecho de cuestionarse lo que quiero realmente fuera un lujo que no tengo derecho a permitirme. Y sin embargo, sigo buscando mi camino, luchando por encontrar algo que me llene, algo que me haga sentir que mi vida tiene un propósito más allá de subsistir.
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