-“Algo que argumenté en contra durante 15 años, de repente pasa” — dice Ernesto Tenembaum en la mesa de Cenital. Más allá de su persona, la estructura de su discurso implica el descreimiento de quien sostiene estar bajo un peligro de algún tipo. Y la consecuente potencia política de “creerle a la víctima”, no como una cuestión de fe, sino como un discurso que debe ser alojado, porque no hay más real que el sufrimiento.
Profundizando esta interpretación, el periodista recuerda que su posición era: -“No es así (lo que Cristina dice), es la democracia funcionando”-, dando lugar a una desmentida explícita y, peor aún, en nombre de una causa mayor, por ejemplo, la democracia.
¿Hay más? Sí, claro. Cuando la condena se hace efectiva Ernesto dice: -“¿Esto qué es?”-, que no es lo mismo que decir “tenía razón fulana”. Porque a los tiempos de la víctima se le suma que cuando se demuestra que tenía razón, todavía hay que explicarle al resto de qué se trata la cosa. Porque no habían escuchado cuando había que escuchar, lo que había que escuchar.
Iván Schargrodsky, presente allí en el estudio, remata con: -“la mayor teoría conspiranoica del peor kirchnerismo se termina materializando”-¿Si no se materializaba, carecía de cualquier fundamento de verdad? Curioso.
En fin, la intención no es señalar la lectura de los comunicadores, sino mostrar que su forma de dar cuenta de lo que pasa no hace otra cosa que reafirmar la posición de Cristina: víctima. En una de esas, no suena muy agradable ni políticamente estratégico percibirse así. ¿Ella se asume como tal? No lo sabemos ni nos importa, pero si quisiera hacerlo motivos no le faltan. Al peronismo tampoco, históricamente.
Sin la condena, parecería que el “algo habrá hecho” estaba a la vuelta de la esquina, y con eso los paralelismos con las persecuciones y desapariciones en la última dictadura también. Recordemos los inabarcables debates entre los sobrevivientes sobre si debían o no percibirse como víctimas. Para muchos, que la víctima sea tal implica descreimiento, pero cuando la víctima sale de esa posición, molesta. Molesta Cristina denunciando, molesta Cristina no llorando, molesta el balcón, molesta. Así de compleja es la posición de cualquiera que ocupe ese lugar en las diferentes formas de relación social. Es que la responsabilidad de hacer algo con lo traumático no solo es individual.
Desde el psicoanálisis la posición de víctima no está dada; en realidad ninguna posición subjetiva lo está. Qué hacer con el trauma es un camino lleno de obstáculos, pero nunca un determinismo. Toda una posición ética: nada determina a los perdedores de la historia a seguir siéndolo.
El peronismo a lo largo de la historia atravesó escenarios que podrían ubicarlo en una posición similar: “a pesar de las bombas, de los fusilamientos, los compañeros muertos, los desaparecidos”, reza el cantito.
Primero el trauma se vive, ¿y después? Como acá nos gusta hacer paralelismos con el análisis, recuperemos el valor de la responsabilidad subjetiva. ¿“Cómo la víctima se va a hacer responsable de lo que le pasa”?, suele ser la primera objeción que aparece, y con razón. Es que mucho se ha escrito sobre la diferencia entre culpabilización y responsabilización. Quizás la mejor síntesis la haya escuchado de la psicoanalista Fabiana Rousseaux: se trata de reivindicar en el sujeto su derecho a un segundo tiempo de lo traumático.
Reconocerse en el trauma, saber el lugar que se ocupa allí — independientemente de cómo se lo denomine — es un sujeto que asume su posición y puede hacer algo con aquello que lo dejó perplejo, inhibido, derrotado, traumado. Hacer algo con el trauma es ese segundo momento. Y como el tiempo cronológico en análisis no importa: no es solo recordar lo que pasó, es reescribir la historia. Una nueva historia, que nos ponga en otro lugar.
El valor político del peronismo, de Cristina ahora, de este pueblo siempre, es la capacidad que tiene el movimiento de defender su segundo tiempo de lo traumático. De escribir la propia historia.
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