Es extraño cómo te extraño.
Falta menos de una semana para cumplir un mes de contacto cero: silencio, distancia, nada. Y sin embargo, esta “nada” pesa como un todo. Porque el duelo por alguien que aún vive, pero decide no estar, se vive distinto. No hay un adiós definitivo, ni cierre claro. Solo el eco de lo que fue… y lo que no volverá.
Y en medio de eso, me descubro actuando como alguien que ya no quiero ser. Buscando señales donde no las hay: horas espejo, tarot en ChatGPT, videos que el algoritmo insiste en mostrarme, tu foto, tu estado... Y al final del día, todo lo que encuentro es eso mismo de lo que quiero escapar: silencio.
Me duele admitirlo, pero este proceso no es lineal. A ratos me inunda la pena; otras veces, solo confusión. Y luego, una esperanza que ni siquiera me hace ilusión, pero que se cuela igual. Mis ojos arden del brillo de la pantalla, esperando algo. Un mensaje, una señal, cualquier cosa que rompa esta absurda rutina de ausencias. Y no lo entiendo. Porque no quiero hablarte. No quiero verte. No quiero tocarte. Estoy enojada contigo, profundamente herida. Y aun así... te espero.
¿Ves la contradicción? Porque eso es lo que me parte en dos: anhelo un gesto tuyo al mismo tiempo que reniego de todo lo que fuiste. Y lo peor es que sería tan fácil. Tú sabes dónde estoy. Tienes mi número, mi dirección, mi historia. Podrías buscarme con solo estirar la mano... y no lo haces.
Y eso me obliga a hacer lo impensado: tragarme todo este amor. Forzarme a enterrarlo en lo más profundo del pecho. Lo meto en una caja fuerte, le pongo candados de orgullo, rabia y dignidad. Y después, con desesperación, me golpeo la cabeza intentando olvidar dónde dejé la llave. Porque si la recuerdo, si me acuerdo de cómo abrir esa puerta, voy a ir corriendo a buscarte. Y no puedo. No debo. No otra vez, por favor.
Así que me pierdo entre contradicciones: entre no quererte y seguir queriéndote, entre odiarte por no buscarme y odiarme más por seguir esperando. Y en este limbo emocional, me habita tu ausencia. Como un fantasma que no se va. Como una presencia invisible que ocupa cada rincón, aunque no te vea.
Por eso, por todo esto, es tan extraño cómo te extraño. Y más extraño aún… cómo sigo haciéndolo, a pesar de todo lo que no haces y todo lo que yo sí hago para dejarte de extrañar.

Invierno Cálido
Hola, solo quería un espacio para desahogarme y leer a más personas en la misma sintonía. Somos yo y mi cabeza.
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