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Es bueno irse de las cosas sin saber que es la última vez

Dec 2, 2024

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Es bueno irse de las cosas sin saber que es la última vez
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Los 25 de mayo nunca serán iguales para mí. Quizás para otros sean solo una fecha patria, un símbolo de argentinidad. Para mí, es el inicio de una de las historias más intensas de mi vida.

Recién entraba a trabajar en la radio, perdido entre lo nuevo y la enormidad del lugar, mientras los días se sucedían hipnóticos y confusos. Entonces apareció J: de baja estatura, cuerpo estilizado debajo de ropa amplia y un aire juvenil que desmentía sus 36 años. Yo tenía 28. Acepté su invitación a comer locro ese 25 de mayo, aunque respondí, casi torpemente, que era vegetariano. No entendí la indirecta hasta que, días después, me escribió confesándome sus sentimientos: “Me gustás, quiero estar con vos. ¿Cómo hacemos?”. Esa claridad me desarmó.

Venía de una separación reciente y dolorosa, convencido de no embarcarme en algo serio. Ella también arrastraba su propia historia: una relación que, según me contó, ya no tenía fuego ni pasión. Quizás por eso se dejó llevar por mi actitud despreocupada, mis tatuajes y mis remera de Pantera, en contraste en un entorno tan formal. Lo nuestro comenzó a escondidas, entre horarios cruzados y encuentros furtivos. Hasta que llegó aquella madrugada, en un hotel al lado del puente de la 25 de mayo. El tiempo pareció detenerse. La pasión nos consumió como nunca antes había sentido, un fuego que nos desnudó en cuerpo y alma.

Días destacables como cuando fuimos a La Bombonera donde entre un mar azul y oro mis manos se perdieron en su vientre. Noches enteras en una casa donde, podía estar embrujada por la reciente muerte de su dueña, los únicos ruidos que sonaron fueron los de las patas de la cama contra el empapelado viejo de esa habitación.

La relación creció, con gestos que hablaban más que las palabras: comida, mensajes, caminatas, abrazos interminables. Pero con el tiempo, la intensidad de sus emociones comenzó a chocar con mi necesidad de calma. Ella hizo todo por demostrar su amor, incluso dejando a su pareja para estar conmigo. Sin embargo, ese camino que me abrió nunca me pareció el mío.

fue entre lágrimas y sollozos nuestras ultimas salidas de aire melancólico a una despedida que era inminente y ahí me entregó sus últimos gestos de un amor profundo y no correspondido

La última vez que estuvimos juntos no supimos que sería la última. Luego, llegaron los reproches, el resentimiento y la distancia. Hoy, no quedan miradas que desnudan ni sonrisas compartidas. Solo recuerdos de una historia que fue tan intensa como breve, una de las más grandes que alguna vez viví.




Luciano Marcos

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