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Éramos el problema de los tres silencios

Nov 27, 2024

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Éramos el problema de los tres silencios
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Éramos el problema de los tres cuerpos sin serlo. 

Éramos el problema de los tres silencios: cada negación a la palabra era una fuerza gravitatoria 

que desarticulaba la estabilidad de cualquier pacto.

Con vos el amor era el nacimiento de un mito,

un movimiento que sacaba de órbita lo que creíamos ideal,

y cuando me di cuenta

ya no había girasoles que nos miren a los ojos.



El primer silencio fue la pausa que hizo el universo

cuando te crucé por la calle. 

Vos no me viste.

Luego me di cuenta 

que nunca miras para el costado. 

¿Se te hará a un lado el mundo a cada paso que das?

Porque así se veía.

Enamorabas como enamora la primera fresia silvestre en un cantero callejero

o la glicina que cuelga en la ventana de mi habitación del campo.

Pensé que jamás te vería otra vez, 

hasta me entró el pánico,

pero como era cagón no me atreví a acercarme. 

Te vi seguir en la tuya, 

mirabas sólo lo que tenías por delante, 

te amalgamabas con cada paso. 

Verte andar era un arte, te lo juro,

y hasta flashé que te habías cortado una oreja, loco. 

Maravillabas.

Los días pasaron y la notificación de grinder me dejó helado:

me habías tirado un tap.

Si, un tap. 

Algo más desinteresado que un silbido en la calle. 

Yo sin darme cuenta me emocioné y escribí:

"te vi hace unos días en la calle y dije fa que lindo la bronca que me da"

Me respondiste que lo sabías, 

pero nunca distinguí si sabias que eras lindo o que te había visto.

Lo sabias, sabias que eras lindo y nos iba a destrozar ese ego.

Cada día que pasaba parecía que tallábamos una imponente estructura barroca. 

Escalonada en niveles amplios y suntuosos, 

como una sucesión de círculos concéntricos en torno a un vórtice de maravillas absolutas:

el primer círculo era una poesía.  

No puedo inventariar las páginas que nos dediqué,

porque el amor huele y duele;

el segundo círculo eran murallas que se iban afinando y dibujaban límites en nuestro amor. 

De golpe el vínculo podía ser o no ser, era todo entre amorfo y meridiano;

el tercer círculo era un empedrado, adoctrinador de emociones que palancaban adoquines y nos fulminaban la mente.

Volaban, te juro que volaban por nuestras cabezas.

Al llegar al final, las últimas divisiones del suelo se esfumaban y nos adentrábamos en el núcleo. 

Éramos ases de una guerra a ciegas. 

Todo se valía y eso fue la piedra fundacional para lo que vendría después.



El segundo silencio llegó como un tornado.

Cómico, por cierto. 

Era la mímica de una película horrenda de los 90

en la que volaban vacas y camionetas, casas, ranchos,

y, por desgracia, llegó a mi casa. 

A mi ventana.

Te convertiste en un instante en el terror de las glicinas 

y me hiciste creer que si salía el sol, 

y el viento lo permitía -sí,ese era el tono, “si el viento lo permitía”-, 

mis girasoles podrían mirar nuevamente en tu dirección. 

Eras un poeta insulso.

Te lo juro, eras auténticamente insulso.

Leerte no generaba nada

y yo solo te aceptaba tus regalos: el amar, los sentires, tus ausencias; 

todo un tumulto de porquerías que me querías hacer tragar como poesía vintage.

¿Vintage? 

Por favor.

Eras un pecado capital que quería devorarse a otro y le salía muy bien, 

o muy mal porque acá estoy, 

llegando al tercer silencio que nos destrozó 

como un dios ancestral a la humanidad lovecraftiana. 

Fuimos el color que cayó del cielo 

y ojalá pudiera volver el tiempo atrás

para dejar que a mi corazón lo devore una plaga cósmica.




El tercer silencio trajo consigo su propio campo semántico.

Fui víctima de los twitteros 

que citan frases de libros de autoayuda.

Decía que el amor no se mendiga,

que valore lo que tenías para darme,

que son formas diferentes de amar,

que no tenías “el chip”.

Un cliché tras otro cliché.

Amate a vos mismo, empezá por vos.

Todo resonaba, porque las excusas tienen formas maravillosas

en el mundo del amor propio

y en el fondo me dolía que no me entraba 

más tristeza -ni más amor- en el cuerpo.

Vibraba. Te juro que nuestro proyecto vibraba.

Le creí todo al coach que me plantó mi psicólogo.

Nos inventé un problema menor,

era todo un homúnculo de culpa judeocristiana

-sí. Yo, trolo. Sí-

y sabía que había un algo que podía perdonarnos.

Me juré en una esquina,

manipulado y con los párpados como piedras,

que te iba a amar como pudiera.

Tenía en la nuca el imperativo institucional de defender al amor,

de representar en todo momento la rebeldía,

desde la reivindicación de formas primigenias

al reclamo tierno del cuidado romántico.

Pero, qué se yo,

¿se puede existir con un amor en putrefacción?

A veces me imaginaba a mi mismo

como la ceniza,

o el viento,

o la bruma.

Una cosa sin pensamiento,

capaz simplemente de ser,

sin pensar,

ni preocuparme,

ni sentir dolor.

Pero cada vez que llovía acá adentro,

el sol me recordaba que me estaba perdiendo

en un proyecto de vida.

Estaba ahí, un proyecto,

todo era un proyecto.

¿Qué carajos esperaba?

Como dice Lasky

la poesía no es un proyecto y el amor tendría que ser como la poesía.




Abrazame, tonto.

Me quedé sin girasoles y sólo pude dedicarte este intento de poema.


Alvaro Garat

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