mobile isologo
buscar...

Era depresión y era capitalismo

Aug 1, 2025

257
Empieza a escribir gratis en quaderno

Introducción

En los últimos años, la salud mental se ha vuelto un tema central en los debates sociales, políticos y mediáticos. El aumento de diagnósticos de ansiedad, depresión y otros padecimientos emocionales parece responder tanto a un incremento real del malestar como a un modo específico de nombrarlo y gestionarlo. Desde ciertos sectores progresistas, se ha popularizado la frase: “no era depresión, era capitalismo”, con la intención de señalar que los sufrimientos individuales tienen raíces estructurales. Sin embargo, esta frase, en su simplicidad, corre el riesgo de reducir la complejidad del malestar humano. En este ensayo propongo una reformulación más precisa: “era depresión y era capitalismo”. Porque si bien es innegable que el sistema económico y social actual produce subjetividades dañadas, no podemos negar la dimensión singular y encarnada del sufrimiento.

I. Capitalismo y producción de subjetividades dolientes

Vivimos en un sistema que impone imperativos de productividad, rendimiento, eficiencia y optimismo. La vida se mide en términos de logros, metas cumplidas y utilidad social. En este contexto, el fracaso, la tristeza o el agotamiento no solo son padecimientos, sino también culpas. El sujeto deprimido aparece entonces como un "error" del sistema: alguien que no puede responder a las exigencias del rendimiento constante. En este sentido, el malestar no es una falla personal, sino una producción sistémica. Sin embargo, comprender esto —aunque necesario— no garantiza una transformación. Saber que uno está deprimido porque vive en una estructura enferma no alcanza para levantarse de la cama. El saber no cura. El insight no reemplaza al cuerpo doliente. Por eso, no se trata solo de señalar al capitalismo, sino de entender cómo ese sistema se encarna en historias, biografías y cuerpos concretos.

II. La trampa de la inclusión sin transformación

Una de las respuestas que ofrece el discurso progresista frente al malestar es la política de inclusión. Se reconoce que ciertos sectores sociales han sido marginados, excluidos o patologizados, y se propone entonces “reintegrarlos” al sistema desde una lógica reparadora. Esta voluntad de inclusión parte, muchas veces, de una mirada compasiva pero profundamente paternalista: se identifica al otro como víctima, se lo nombra desde el daño, y se busca su rehabilitación. El problema no es la inclusión en sí misma, sino el hecho de que esta se lleva a cabo sin transformar las condiciones estructurales que generaron el malestar.

¿Qué sentido tiene incluir a alguien en un sistema que lo enfermó? ¿Qué se repara si el entorno sigue operando bajo las mismas lógicas de opresión? Una política de inclusión sin una política de transformación no solo es insuficiente, sino que termina por reforzar los privilegios existentes y las jerarquías de poder. En nombre del “bienestar” se garantiza la subordinación.

III. La patologización del malestar y la pérdida de agenciamiento

Cuando el malestar es leído exclusivamente desde categorías psicopatológicas —ansiedad, depresión, trastorno de adaptación— se pierde su potencia política. El síntoma deja de ser una expresión de resistencia, de tensión o de grieta en el sistema, y se convierte en una “disfunción” individual. En este proceso, se privatiza el dolor: lo que podría ser una experiencia compartida y politizable, se convierte en un problema clínico que debe ser corregido. Se medicaliza el sufrimiento, se psicologiza la protesta.

Este vaciamiento político del malestar es funcional al sistema. Un sujeto deprimido que se cree enfermo no se organiza, no resiste, no demanda. Solo busca curarse, adaptarse, reincorporarse. En este sentido, la patologización opera como una forma de desactivación política. Y lo más grave es que esto ocurre, muchas veces, bajo el ropaje del cuidado: en nombre de la salud mental, se normaliza, se somete y se silencia.

IV. Cuidado con el “bienestar” y la “salud mental”

Dos nociones que atraviesan los discursos contemporáneos son el bienestar y la salud mental. Ambas parecen incuestionables, deseables, universales. Sin embargo, es necesario problematizarlas. ¿Quién define qué es “estar bien”? ¿Cuál es el modelo de subjetividad saludable que se propone? ¿Cuáles son los criterios para decir que alguien está “curado”? Bajo estas categorías se han legitimado prácticas profundamente violentas: desde las terapias de electroshock hasta la medicalización masiva de la infancia. No es casual que hoy resurjan ciertas prácticas psiquiátricas agresivas, ni que se las justifique con la idea de que “ya no son como antes”.

Por eso, más que reclamar salud mental como ideal abstracto, necesitamos preguntarnos qué formas de vida defendemos, a qué tipo de existencia queremos dar lugar, y qué espacio dejamos para el disenso, el dolor y lo que escapa a las normas.

Conclusión

El malestar psíquico no puede entenderse ni tratarse sin una lectura política. No se trata solo de incluir a quienes sufren, sino de transformar las condiciones que producen sufrimiento. No alcanza con señalar al capitalismo como origen del padecimiento, ni con psicologizar los síntomas. Necesitamos una crítica profunda de los discursos que patologizan, una desnaturalización de las nociones de bienestar, y una apuesta por politizar el dolor. Porque era depresión y era capitalismo. Y también es deseo de otra vida, deseo de ruptura, de transformación y de resistencia.

Yuliana Davico

Si te gustó este post, considera invitarle un cafecito al escritor

Comprar un cafecito

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión