En este corazón que creí infértil, el oso plantó una semilla y entre sus grietas, creció una flor.
Y ahí… ahí estás tú.
No sé bien cómo decirlo sin enredarme entre pensamientos y sobre-pensares, o sin que me tiemble la voz... pero sospecho que poco a poco te fuiste metiendo en los espacios donde nadie quiso quedarse antes. Por ahí donde no quería que entraran y ponía defensa tras defensa, donde abundaba el caos y buscaba formas de arruinarlo todo para que no supieran lo que ahí había. No sé ni cómo ni cuándo, pero no hubo muros cuando llegaste y ahora estás ahí adentro, y yo lloro, porque estás y porque no hay castigo, porque no sé cómo se cuida algo tan bueno sin romperlo. Porque no acostumbro a esto de ser yo sin que intenten arreglarme y /temo/.
Por eso hay días en los que me rompo sin aviso, días en los que me quedo callada y me comen la lengua las heridas pasadas. Pero poco a poco, he aprendido a /usar mis palabras/, y no insistes, no me pides que hable, o que no sienta de esta manera que siento. Solo me miras como si ya supieras, como si entendieras lo que mis hombros cargan, como si llorar bajito también fuera parte de mi canto. No tratas de arreglarme, ni juntas los pedazos como si fueras un salvador. Solo te sientas a mi lado y acompañas, y si digo que me asusta, es porque jamás sentí tanta calma.
No hay parte alguna que piense que te aburrirás, pero temo a la vida y a sus giros, temo a lo inevitable y a lo jodido que sería el mundo si algún día tus pasos ya no se escuchasen. Te lo escribo entre lágrima y sollozo, porque últimamente el miedo de un mundo sin ti, me invade. Me aterra tanto que a veces no digo cuánto realmente te necesito, porque no quiero que vivas con la preocupación en la sangre.
Y tú lo ves, y aún así me dejas ser.
Tú me dejas estar cuando no me aguanto ni yo misma.
Aun si todo lo mío es enredo, incluso si el caos se me atraganta; he aprendido a soltar un poquito. Ahora dejo salir todo eso que protegía, y ya no duele tanto como antes. O duele distinto, con menos soledad.
Y yo no sé, Theodore, cómo lo haces para mirar así: como si ya hubieras vivido mil vidas y aún así no te hubieras vuelto duro, como si eligieras quedarte suave. Tienes la risa de alguien que ha llorado mucho y eso me parte en mil, porque me invaden las ansias de abrazarte hasta que ya nada pueda dañarte. Hasta que pase lo que no cuentas, aunque fluyas y no te detengas en tus heridas.
He encontrado el temblor en tus brazos y no es por miedo, sino porque aflojo. Parecieras saber que mis espinas no son por maldad, sino defensa. Y sin permiso, te haces tierra. Y yo, que siempre he estado en lugares donde debía armar mis maletas al menos una vez al mes, me quedo. Me dejo crecer ahí, en tus brazos y lloro. Porque todo en mí es risa y llanto. Lloro porque esto de sentirme a salvo me da miedo. Porque no sé si estarás mañana y yo ya no quiero este mundo si tú no estás.
He estado tantas veces en la herida, al borde de todo, que ahora que alguien me dice (y que, realmente escucho) —ven, quédate— me cuesta que no duela. Porque en ti hay algo que no había visto nunca: no tengo ganas de salir corriendo, ni siento que se va a derrumbar todo, ni debo rogar por ser vista o por perdón. Y eso me duele, porque la vida me ha demostrado muchas veces que esas cosas no suceden, pero no hay advertencia, ni siento peligro. ¿Cómo lo sentiría? Si te veo andar por ahí sin escudos y pienso que, no sé si te conozco de otras vidas, pero no necesito que hables para saber si hoy es día de sonrisas o de hacernos taquito en la cama sin decir mucho. Quizá sea porque caminas con el alma a la vista, como si no te diera miedo que te vean, y yo a veces gruño, hacia adentro, porque no quiero que otros logren ver todo esto que yo veo.
Me he pillado adorando que no quieras entenderlo todo de mí o del mundo: solo estás, como can que mira al horizonte y deja que el viento se lleve los problemas. A veces en silencio, otras en una risa o chiste de esos que me devuelven el aire y el brillo a los ojos, más aún en estos días grises que, bien sabes, me cuesta tantito vivir. Y no necesitas saberlo todo para quedarte. Solo te importa no romper y eso es oro para quien ha vivido catástrofes. Temo que te veo como un milagro, y la rabia me invade por no haberte conocido antes y, he de ser honesta: siento miedo de que te vayas después.
Porque, ¿qué sería de las auroras del cielo sin la sabiduría de tu corazón? Aquel que no lo grita a los cuatro vientos, que es pícaro y que no hiere al reír. Aquel que tiene esa forma de andar por el mundo como si fuera juego, pero sin jugar con nadie. En tus manos hay ligereza, una presencia que no exige ser vista por todo el mundo y que se siente como un hogar cálido y distinto a lo que alguna vez llamé /casa/, a como debería haber sido, y no fue.
Theodore, eres río. Silencioso algunos días, profundo en tu amor. De esos que corren bajo tierra y alimentan todo sin que se note. Tú te quedas en la tormenta y también en la calma, sin necesidad de máscaras. Ni cuando ríes, ni cuando todo se cae encima. Eres valentía pura, aunque no te pienses así la mayor parte del tiempo.
Y no mentiría al decir que me has devuelto la esperanza que había perdido en el mundo y consigo ha venido toda esta sensibilidad que abruma, porque pareces ser todo eso que el mundo parece haber olvidado:
La ternura sin espectáculo,
la bondad sin necesidad de aplauso,
la valentía de ser suave, incluso si duele.
¿Qué haría si un día no están tus ojos cálidos?
¿Qué sería del mundo si tus risas ya no resuenan en el espacio?
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión