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Epílogo

María

Dec 9, 2025

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Epílogo
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Fue un frenesí desatado. Las respiraciones se encontraron en un mismo ritmo jadeante, y el sudor, mezcla de dos almas, se convirtió en una esencia única y volátil. La intensidad escaló, los latidos tronaron como martillos, coronando un éxtasis tan fugaz como perfecto.

Pero aquello, como toda llama que consume su propia mecha, se disipó. Aquel encuentro, casual y urgente, nos arrojó a un territorio que ninguno de los dos había vislumbrado.

El final nos encontró aferrados, la piel desnuda pegada, sin espacio ni aire entre nosotros ni para las palabras mismas. La marea de la pasión se retiraba, dejando la respiración de los latidos siendo protagonistas junto con el ruido blanco de su habitación.

Entonces, la certeza se apoderó de mí, fría y punzante: este era un error costoso. Las lágrimas se agolparon tras mis ojos, pero la disciplina del deseo me obligó a retenerlas, a no ensuciar la memoria de algo que al final de cuentas, fue un buen polvo. Me quedé disociada, una mente ausente en un cuerpo presente, mientras un nudo de peso irreparable se formaba en mi garganta, la prisión de mis silencios.

Fue entonces cuando de manera muy inesperada para mí, sentí su llanto.

Las primeras gotas, cálidas y salinas, cayeron sobre mis senos.

Él se quebró. Sin decir palabra alguna, se aferró a mi cintura con la fuerza de un náufrago. Buscó refugio en mis pequeños pechos, hundiendo el rostro para que yo no pudiera ser testigo de su rendición. Solo lloraba y lloraba, mientras su agarre se hacía más desesperado, más anclado a mí.

Y el muro de mi contención se vino abajo al escucharlo. El nudo en mi garganta se rompió. Lloré en un silencio que él no pudo oír, pero mis lágrimas brotaron con la misma intensidad desbordada de las suyas. Abracé su pena con la misma urgencia con que él se aferraba a mí.

En ese instante, supimos que ambos deseábamos detener el engranaje del tiempo. Aquel llanto compartido se reveló más íntimo, más crudo que el mismo acto sexual. Era la vulnerabilidad que por primera vez en años nos permitimos sentir y mostrar.

Él lloraba porque era ya demasiado tarde para recuperarme, por la carga de sus fallos y el fantasma de sus ex amantes. Y yo, sin consuelo, lloraba porque, aunque lo amaba con una persistencia agotadora, ya no era capaz de perdonar y trazar un camino hacia adelante junto a él.

Caímos dormidos al mismo tiempo. Y por un segundo, se sintió esa paz primera, la misma que nos arropó aquella tarde inaugural en que compartimos el sueño, sin saber aún la tempestad que vendría.

María

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