Debería arrancar los dedos que sostienen la tinta,
amputar las falanges que moldean el veneno,
porque cada trazo es un naufragio en tu abismo,
un conjuro fútil que no atraviesa tu silencio.
Mis manos, delirios entumecidos,
escriben jeroglíficos que se deshacen en tu sombra,
vómitos de grafema y tormenta,
en lenguas muertas que tu desdén no desvela.
¿Por qué persistir en la lacerante escritura
cuando cada letra es un espejo roto,
cada palabra un puñal sin filo
que sólo lastima el eco de mi propio desvelo?
Mis dedos, amputados antes de nacer,
susurran letanías en un dialecto ajeno,
un alfabeto roto donde se pierden
los secretos que no te he dicho y que no quieres escuchar.
Así, mutilo el pulso de mi voz,
deshago el conjuro de mi verbo,
porque acaso, si mis manos no escribieran,
tu sombra se desvanecería en el olvido sin pluma ni tinta.
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