Cuando algo se muere, ¿es posible rescatar algo de las cenizas?
Si te sangra la palma de la mano es porque estás apretando los cristales rotos muy fuerte.
Siento bronca al no poder sacarme la astilla del corazón. Me duelen las veces que me apuñalaste cuando buscada tu cariño. Las paredes aullan nuestras viejas peleas, mientras que su duelo nos convierte en piedra.
Tu malicia me besó en la frente, asentando mi condena de ser, descaradamente, igual que vos.
Y lo odio. Y me odio. Y te odio por eso.
Odio que vos seas la víctima y el victimario a la vez, mientras que yo callo mi malestar y grito en silencio.
Nos odio por hacernos esto. Porque parece inevitable el teatro de las emociones. Porque cada vez que te miro veo tantas cosas en vos que te puedo llamar mi vida entera.
Porque sin vos yo no estaría acá, pero estando al lado tuyo tampoco lo lograría.
Me hacés daño y te hago daño. Nuestros puños corrompen nuestras caras y nuestros venenos se mezclan.
Pero al final del día, el cáliz que tomamos de desayuno vuelve a servirse frío y no espero más sino la rutina que nos mantiene por el camino.
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