Puedo sentir cómo mi vitamina D se funde al estar entre estas cuatro paredes, las persianas siempre bajas y las cortinas cerradas.
No hay luz, solo oscuridad.
Soy a quien guardan detrás del escenario porque no les gusta compartirlo.
Se llenan la boca engrandeciendo su imagen, les gusta que los anhelen cómo un Dios porque para ellos no es suficiente tener solo a una fiel seguidora. Siempre quieren más.
Me mantienen oculta cómo un secreto que no debe salir porque puede generar un escándalo, tienen una reputación que mantener.
Es lo que creen.
Quieren que esté cerca y disponible cuando la soledad los golpea, desaparecen por días y regresan cómo un gato callejero.
Soy la que espera.
Endulzan mi oído con palabras vacías, con promesas que no van a cumplir y planes que nunca se van a concretar.
Mis amados que triunfan en la desilusión, cobardía y manipulación.
Los observo cómo si fuera una madre procurando que su hijo aprenda a caminar para luego sentir la decepción al verlos caer.
Siempre termino apostando al caballo perdedor porque me aferro a la idea de que algún día triunfe.
Les gusta decir que merezco algo mejor pero nunca intentan serlo.
Ellos nunca cambian y yo soy la que pierdo.
Me preguntó si algún día llegará alguien que vendrá por mí para sacarme de está habitación.
Espiar me hizo darme cuenta que hay un mundo detrás de estas cuatro paredes, me gusta creer que algún día sentiré la luz del sol sobre mí y el viento en mi pelo. Donde alguien es celebrado, es visto, nombrado y amado. No está escondido.
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