Entre 12 y 20 veces por minuto.

qué pronunciadas son las palabras

cuando por dentro te pesa algo,

tanto, mucho, arrasando al fin.

qué misterioso, tan oculto a la vista.

tanto así que viajás en diminuto

sobre vistas habituales,

te volvés una partícula de polvo

en medio de una sala llena de un punzante sol.

pero no te alumbra, no es tuyo,

nunca lo fue, no te pertenece, nada lo hace.

y pensás a mil coros, en infinito redoblante,

como si el techo te peinara a la fuerza.

¿qué será de mi aire si no puedo tomarlo?

¿quién se apropia del oxígeno que me falta?

¿quién me hace menos yo? ¿dónde soy realmente?

¿soy? ¿existo en el atisbo humano al menos?

la carne me prensa entre capas de suplicios inatajables.

me abandona la inocencia, de mí se armó en coraje

y desde la punta de mis dedos se desprende salvajemente.

me eriza la piel, en ninguna de sus razones soy propia.

melódicamente, la nota fácil de entonar en el verso primero,

la armonía que esconde un estribillo redundante.

la canción que resuena entre mis paredes

cuando estoy rota y todo me parte, me descompone en destiempo.

estoy tan vacía, que lo que me falta no existe.

y hago muecas al aire para que me sienta,

para que me viva y me sueñe,

para que alguien lo haga o no exista.

falsos trozos de alma, que vagan en vano,

inoportunamente de madrugada

cuando nadie se escucha más que a sí mismo,

el reloj patea mis tímpanos y el frío me desnuda la mente.

me percibo nueva al mediodía entre parafraseos,

pero es que nunca puedo,

pero es que nadie sabe

que mi alarma suena a las dos de la tarde, porque a dormir casi no llego.

y los cortes no son externos pero como tal duelen,

y si lo son, si se pudren, si no los imagino,

sangran en azul deprimente y me encanta,

y vivo por ellos, porque por mí ya nada hago más que morirme viva.