Me pregunto cómo debería defender mi sensibilidad.
Camino entre un montón de gente y decido jugar a caminar en línea,
a seguir una de esas líneas de la vereda que casi no se ven por la suciedad de la ciudad, del paso.
Asimismo, decido contemplar el edificio que queda en la esquina de Estado con Merced, el que alberga la farmacia, y por extensión me fijo en el cielo que lo rodea.
Tengo un grave problema — el primero de muchos — y es que no me saco los audífonos por temor a que el caos citadino sea demasiado para procesar. Entonces, trazo una historia sobre la ciudad y sus habitantes que inevitablemente los deja fuera y, de esta manera, creo otra brecha irreconciliable. Un espacio que me hace sentir, efectivamente, lejos, como si yo estuviera observando la farmacia que ellos conocen solo como un lugar para comprar.
Lo que me lleva al error — común en el círculo de las humanidades específicamente — de considerar el mundo propio especialmente vasto y rico, de seguro lo es, pero no a expensas del de un otro y no sin el factor político, el que obliga a la mayoría a poner su cuerpo y su mente en función de un trabajo sin alma y sataniza el ocio, el cual ofrece el tiempo necesario para rescatar a la sensibilidad.
¿Cómo te recompones después de obtener ese conocimiento?
el cual se asocia a toda injusticia política acontecida y por acontecer.
Porque yo no quiero renunciar al conocimiento de aquellas injusticias,
no tengo en ello ningún interés,
pero al mismo tiempo quiero jugar a caminar en las líneas que casi no se notan por la suciedad,
quiero ser sensible,
pero no sé si soporte
tanta
apertura.

Catalina
Me gusta escribir en mi cuaderno, a veces siento que voy a hacer combustión por ello. Esto me da mucha vergüenza, pero qué más da.
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