Engendro al caos hecho reino.

Pude haber sollozado en perfección.
Pude, en la medida de lo no dicho,
haber creado un proverbio,
una bitácora lúcida
para mi contienda y la de mis ancestros.

Pero he destruido,
a sus ideas y semejanzas,
la imagen y divinidad de una mujer.

Pude haber sollozado en perfección;
en cambio, desterré
a la imagen viva que me decoraba.

Mi rostro no es semblante ilustre
si no está atravesado,
si no es devorado,
ultrajado en humanidad
y pulverizado
en una cama que es refugio y hogar,
es símbolo de lo eterno; entre velas e incienso.

No se puede ir mi cuerpo de ultratumba
en fogatas ávidas.

A mí,
que me incendie el recuerdo de un fuego,
detrás del retrato pudoroso
de la pureza misma en mi cruz.

A mí,
que me ahorque un cuerpo,
que su erótica purga
fecunde a mi muerte
y me devuelva a la vida hecha diosa.

Hecha a la imagen y semejanza del arte;
que es incómodo,
gótico
y despiadadamente mío,
y de quien a mi corazón perfora.

Que no venga nunca la perfección
a encasillar mi velo.

Ya he tocado con el filo de mi lengua
el vasto éxtasis que mece en mí un cielo:
el retorno de un súcubo,
la pasión fértil
con la que engendro al caos hecho reino.