encuadre

En el paraná observo. Observo la corriente amansada circundar el kayak en el que me hallo. Observo las olas planchadas y, cada tanto, círculos concéntricos que emergen de algún pez escondido debajo del manto iodado. Círculos perfectos como hechos con compás, que se expanden y chocan con otros círculos en interferencias galácticas. Estoy sentada sobre este asiento plástico que me queda chico pensando en que estoy en el río, sola, pensando donde estarás vos: quizás atrás de tu cuaderno escribiendo que te gustaría estar el río conmigo pero no estás. Escribiendo y componiendo, como solo a vos te sale, canciones que no vas a tocarme. Quizás nunca más vuelvas a tocarme, con esa delicadeza tuya y tus párpados cerrados, semidormidos, anhelantes.

El paraná tiene un sonido que solo se escucha cuando estás sentada en un kayak sola y es martes a la tarde. Un sonido a todo eso que está vivo: insectos que pululan y la marea dulce acariciando la orilla. Esa sibilancia me convoca y me pierdo, cierro los ojos y me pierdo en la sinfonía humedal, quiero que colme todos tus espacios y por fin así, olvidar tus canciones, que últimamente se reproducen en mi mente con frecuencia y me encuentro cantándolas mientras camino por la peatonal, o mientras lavo los platos. Quiero olvidarme de tus letras, ya no quiero que sean mias, escucho la melodía de los pájaros y los mosquitos y me olvido “quiero desarmar tu corazón para armar un castillo para vos”.

En el río observo, liviana, como la flora se abre solo para mí, me embarra las ojotas y las piernas, me bautiza haciendo que el agua entre al kayak donde estoy sentada, y moje toda mi ropa y mi cuerpo semidesnudo. Doy paladas amplias y avanzo, rompo las olas de bienvenida y avanzo, extrañando cuando el paraná nos engullía a los dos, y el tiempo se dilataba en horas que goteaban siguiendo el orden natural de las cosas. El orden ha cambiado, o quizás ya no sabe para donde gira, o es un círculo concéntrico que se expande, rebota, y alivia.