Antes siquiera de entender el mundo este cegó mi visión con un escupitajo venenoso que quemó mis sentidos. Me pegó detrás de las rodillas con barras de hierro y me hizo caer sobre la nieve fría y áspera, clavandose como astillas de vidrio sobre la piel desnuda de mis brazos. Trastabille y gatee a ciegas por tanto tiempo, buscando eso que había perdido, tratando de encontrar un propósito que me motive a seguir. Me perdí entre el frío y la nieve por tanto tiempo que no se puede distinguir su blancura del color de mi piel. Mis rodillas se quemaron con el frío, la piel se desgasto hasta el hueso, adornado con sangre congelada qué nunca llegó a gotear. Sin alimento y sin bebida, Tanatos me extendió su mano y me pidió que lo siga a sus aposentos. En el momento en que levanté mi frágil cuerpo para seguirlo, mi mano se topó con un curioso aparato acristalado, una brujula cuya aguja más fuerte que mis pulsiones señalaba con fuerza hacia el norte. Después de mucho tiempo, dejé de estar de rodillas, me levanté y seguí la dirección de la aguja. Tanatos llamaba impaciente, pidiendo que vuelva, diciendo que le pertenecía. Pero me tendiste la mano, me llevaste de nuevo a mi propósito perdido y no tuve que escuchar más la voz de la inminente muerte.
Sos mi norte.
Sos la brujula qué corrige mi rumbo cuando me desvío del camino.
Sos la brujula qué me abre nuevos caminos y los converge para que pueda explorarlos.
Sos mi guía, sos el magnetismo.

Emma Gamow
No soy buena con las biografías ni con los títulos pero quizás si con las palabras que brotan del teclado.
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