En serio que a veces no es una mera una coincidencia
May 15, 2025
Atravesé los últimos seis meses a los trotes. Miento. A las corridas. En todo este tiempo todo se me pasó extremadamente rápido. Creo que nunca antes había sentido tan vívidamente esta sensación de que vivir en esta época es estar atrincherado en la efimeridad.
Pasó navidad, pasó año nuevo, pasó un verano sin vacaciones porque pegué un laburo nuevo. Que me gusta mucho. Que para mí es groso como estar jugando en el Barça de Messi y Pep Guardiola. Qué deleite esos tiempos del culé. Cuando se fue Pep me puse triste y cuando nuestro diez hizo lo mismo prácticamente dejé de ser una hincha azulgrana. Es decir que solo lo fui por ellos dos, como Ruth Mary Kelly - la autodenominada "trabajadora del sexo" del Puerto de Buenos Aires en la década del setenta - que sólo fue peronista por Eva Perón. Cuando ella falleció dejó de serlo. Bueno me fui, pero ahí vuelvo. Decía que tengo la sensación de haber vivido los últimos seis meses con la lengua afuera. Y en medio de este semestre atolondrado falleció Simba, el último perro de la familia. Yo ya no vivía con él hace varios años, pero cuando iba de visita a mi casa, nuestro vínculo, era el mismo que teníamos cuando vivíamos bajo el mismo techo. Estábamos demasiado conectados con ese salchicha arlequín de un ojo celeste y el otro marrón. Así y todo no lloré su muerte. No pude. Ni cuando recibí el mensaje de madrugada de mi madre avisándome que había tenido un paro producto de su enfermedad cardíaca, ni las semanas posteriores. Hasta hoy me sigo preguntando por qué. Indagar sobre mí y las cosas que siento me cuesta muchísimo más trabajo que despertarme a las cuatro y media de la mañana para ir a trabajar. Y eso que de noche suelo entrar en un sueño profundo cuando falta una hora para que suene la alarma, con lo cual, despertarme requiere bastante esfuerzo de mi parte. Imaginate entonces lo otro.
La muerte de Simba me hizo acordar a otra muerte reciente: la de mi abuelo. Fue en junio del 2022, casi un mes después de su cumpleaños. Al nonno - así le decíamos los nietos - lo lloré, sí. Apenas me enteré de su partida lo lloré. Pero nunca pude despedirme físicamente. También siento que mi duelo por el nonno fue muy corto, muy pobre. O tal vez yo esperaba otra cosa de mí misma respecto a esta realidad que es que el único abuelo que tenía vivo y que además era un capo con el pelo lleno de gomina - escribo gomina y juro que puedo oler justo la que él usaba - que ponía discos de tango en su tocadiscos ahora seguramente lleno de polvo en algún rincón de la casa, ya no está acá. Tal vez esperaba tenerlo más presente, llorarlo más, recordar con más frecuencia y nostalgia los momentos que pasamos juntos. Y sentí siempre cierta culpa por no haber vivido así su muerte, hasta hace dos horas que me encontré con una nota que escribió Martín Caparrós en el diario El País sobre la muerte del Pepe Mujica. Lo que encontré en ese maravilloso texto, casi al final, es el fragmento de una nota que le hizo la periodista uruguaya María Esther Gilio al ex presidente. Cuando ella le preguntó qué querría que dijeran de él “las generaciones futuras” cuando lo recordaran, Pepe respondió lo siguiente:
―Yo no quiero que me recuerden. Si pudiera elegir, lo que quiero es que se olviden. No hay nada peor que la nostalgia, andar creyendo en dioses muertos. A los muertos hay que enterrarlos y respetarlos una vez al año. Cuando hace fecha.
Sobre eso, Gilio le aseguró que a él iban a recordarlo igual, y el viejo sabio le retrucó:
―No se construye nada con los muertos. La gente tiene que vivir audazmente, para adelante. Hay que servir para abono y no para estorbo. Servir para abono significa mineralizarse, simplificarse, volverse algo útil. Perder el sentido de pertenencia. Lo importante no es que quede el nombre sino algunas ideas sembradas, sin saber ni preguntarse de dónde vienen, que se las tomen como propias.
Después de cruzarme con estos dichos del revolucionario tranquilo, como le decían a Mujica, entiendo que compensé ese duelo precario de mi nonno con algo mucho mejor: su historia, que es su legado, que son sus ideas, que se trataron en gran medida de ir hacia adelante, de jugarselá, de asumir el compromiso de vivir intensamente, lo más que se pueda, a pesar del dolor, de uno tan grande como la muerte de una de sus hijas cuando tenía nada más que diez o doce años.
Mi nonno, Carlos Luis Bovino, nacido en el conurbano bonaerense y mudado a Mar del Plata de muy pequeño, nació un 19 de mayo de 1935. Ese mismo año, al día siguiente, nacería José "Pepe" Mujica. No me parece que sea una mera coincidencia. Ambos han honrado la vida como poca gente conozco. Hasta el último aliento. Quizás por eso, desde que me enteré de la muerte de Pepe, no pude dejar de pensar en el nonno. Ahora entiendo todo.
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