Siempre me ha parecido bello ducharme con otras personas. En cambio, cuando he dormido acompañada, he sentido un agobio atroz: despierto con el lastre de quien, aunque suele dormir ocho horas, las pasa desvelada. Aun así, me entrego a la incomodidad porque, sinceramente, me compensa poder observarles dormir. Los espacios reducidos, la naturalidad, las respiraciones foráneas, la quietud... es algo íntimo. Parecerá tonto, realmente creo que así les conozco muchísimo mejor.
Me acojonaba dormir, despertar, bañarme... con alguien. Aunque deseable, como siempre, pensé que se me haría insoportable. En cambio, tu cuerpo dormido retiene un calor ideal, sus formas se acomodan en las mías, y tus expiraciones, de una suavidad inaudita, sincronizan con las mías. Es significativo, reasegurador, destinado, como si fueras la persona con la que mejor lo haría. Lo eres.
Eres la única persona con la que podría compartir perfectamente una cama pequeña, sin morirme del asco. Me es tan fácil pensarlo todo como una antesala a ti. Antes de conocerte, escribí: «Un amor que me haga sentir que todo lo anterior ha sido un simulacro».
Me sorprende la calma y el desahogo, al dormir contigo. Incluso cuando algo me incomoda, se diluye por ese estado de paz: dos cuerpos envueltos que se encuentran sin esfuerzo.
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