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En lo de la Abuela Delia

Jun 19, 2024

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En lo de la Abuela Delia
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Verano del 1999

Hacía ya una semana que la habíian dejados en lo de la Abuela Delia. Su mamá había vuelto a ser hospitalizada. A Camila no la dejaron verla, decían que no era una situación para que una nena viese. Ella había llorado, pataleado y rogado a su papá, pero no hubo caso. Lo único que había logrado fue el enojo de éste, que no le hablo en todo el viaje y apenas la abrazó al despedirse.

Por suerte nunca estaba sola. Sus primos estaban casi tanto tiempo como ella en la cazona de la Abuela Delia. Pasaban las tardes con Iván que se hacía el capo con la pelota mientras Mercedes le enseñaba a hacer trenzas o armar oráculos romboides que respondían con "si", "no", "tal vez" o "intentar de nuevo".

Su primo se quejaba, era el que más lo hacía. Se enojaba con la Abuela si no le hacía la comida que él quería, se resistía a dormir la siesta o bañarse y siempre fingía estar haciendo algo importante cuando sus primas lo invitaban a jugar con ellas.

A Camila le sorprendía lo mucho que se dedicaba a molestarla. Rompía sus juguetes y le tiraba del pelo cuando nadie los miraba. Un día llegó a pasar la lengua por cada una de sus galletitas y obligarla a comerlas mientras ella lloraba silenciosamente para no molestar a la Abuela, que retaba a todos por igual y los mandaba a sus habitaciones con un chirlo en la cola.

Como la casa era grande, cada uno tenía su cuarto donde dormir, pero siempre terminaban en el living, donde las noches eran más frescas en verano. Camila odiaba dormir ahí. Sentía ruidos desconocidos y soñaba que su mamá se moría y la velaban en ese mismo lugar. Eran sueños intensos donde no podía moverse y la gente solo la miraba con lástima desde arriba, sus rostros como globos con el seño fruncido que le dedicaban pésames harapientos.

Un día decidieron armar la pelopincho. Mercedes tenía una malla enteriza preciosa, rosa y poblada con florcitas celestes muy chiquitas. Le quiso prestar la otra que tenía a Camila, azul con un Winnie the Pooh en el pecho, pero le quedaba demasiado grande y termino con una bombacha fucsia y una remera de baquitas de San Antonio que usaba de pijama. Camila se sentía muy incómoda, quería una malla linda como la de su prima. Cuando se metieron al agua aún helada su ropa se transparentó y se le pego al cuerpo. Sentía que cualquier movimiento brusco la podía dejar desnuda. Resolvió no salir del agua hasta que la Abuela la buscara con una toalla. Le daba terror que sus primos la viesen fuera del agua con la bombacha que se le caía como el pañal de un bebé.

Aún después de haber jugado todos los juegos y estar cansada de nadar, ya cuando era la única en la pileta se quedó ahí, esperando.

"¿Porqué no salís? La Abu va a hacernos la leche."

"Decile que me venga a buscar con una toalla"

"Ya dijo que no seas malcriada y que nadie te mira"

Y se quedó lo que sintió horas ahí dentro. Los mosquitos le picaban las zonas de su cuerpo que no estaban bajo el agua y ya comenzaba a tener frío. La Abuela le gritaba cada tanto para que entre, pero nunca salía a buscarla. Camila lloraba despacio con algún gemido cada tanto porque temblaba y se le escapaban.

Hasta que vió acercarse a Iván en un paso apresurado, casi corriendo, con un toallón en la mano. Sintió que era su héroe, que venía a rescatarla. Nadie le prestaba atención, solo Iván. Su malo pero bueno primo que siempre la terminaba salvando. Su llanto se volvió grito y comenzó a pedir perdón con alaridos.

"Shh, no grites que la Abuela se va a enojar. Vení, dale, que te seco"

Se acerco al borde de la pelopincho con el toallón estirado. Camila salió del agua a tropiezos y cayó en sus brazos, que la envolvió bien fuerte y secó recorriedole el cuerpo con sus manos. Ella aún lloraba pero más despacio, más un gorgoteo angustioso que otra cosa. Cuando dejó de resfregarla levantó su vista. Él la miraba fijamente.

"Sacate la remera que no te vas a secar más."

Camila volvió a sollozar mientras gritaba ¡No quiero!. Iván le sacó la remera y la envolvió aún más fuerte, dejando sus brazos atrapados en la toalla, como un taquito.

"Cuchá nena. Necesito que dejes de llorar porque la Abuela se va a recalentar y terminamos sin cena."

La alsó como pudo, la diferencia de tamaño no era tan grande aún. La llevó derecho al baño.

"¡Tenés los labios azules nena!" Le gritó su prima al verlos entrar. Aunque intentó entrar al baño también no pudo; Iván la sentó en el inodoro con la tapa baja y se puso a llenarle la bañera.

"Dale Iván, dejá de malcriarla ¡Dejame pasar!" Mercedes golpeaba la puerta con fuerza "Siempre me dejan afuera"

Iván se apoyó con la espalda contra la puerta y resistió los golpes de su prima hasta que se calmaron. Mientras el baño se inundaba de vapor permanecieron en silencio. El llanto de Camila era casi por inercia.

"Te dije que dejes de llorar". Iván estaba serio. No parecía un chico de su edad. Demasiado enojado siempre.

La termino de secar con la toalla despacio y le dió un beso en el cachete. "Metete a bañar". Sonrió levemente para ella.

La Abuela Delia llamó a la puerta. Ambos se sobresaltaron y camila se metió bien rápido en la bañera.

"Qué hacen encerrados acá adentro?"

"La estaba metiendo a bañarse, está cagada de frío."

"No podés hacer estas cosas hijo, ya no son chiquitos"

"solo la estaba ayudando, tiene los labios violetas" apuntó a su prima que los miraba sentada en la bañera.

La Abuela los miró a ambos, agarró a Iván de la oreja y lo sacó a rastras.

"Vos" se dio vuelta y la apuntó con el dedo índice "no tardes mucho que se te enfría el agua y mirá si te enfermás."

Los días siguientes pasaron sin mucho más que contar. Camila no volvió a meterse en la pelopincho. Menos aún cuando Iván, su único salvador, se fue y quedaron solas con Mercedes. Eventualmente su prima volvió a su casa y quedó sola.

Su papá la fue a buscar unos días después. Al parecer su mamá había salido del hospital y la esperaba en casa. Él parecía tancontento que no se acordaba del enojo que había expresado para con su hija. Camila estaba aliviada de ver a su mamá y saber que su padre la había perdonado.

rosaura berlingieri

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