A veces, incluso hoy,
todo se siente como una fantasía.
El dolor no cabe en las palabras,
me confunde, me desarma;
quisiera tocar la puerta del cielo
para dejar en las manos de Dios
todas mis preguntas sin respuesta,
y rogar por un abrazo más de mi abuela.
No entiendo cómo la vida puede ser esto,
cómo alguien puede simplemente dejar de existir.
El tiempo pasa como un ladrón
que no devuelve lo que roba.
Y yo, acá,
una mañana de octubre,
adulta,
pero todavía con miedo
de olvidar su voz tibia como manta de lana,
su olor único, tan particular
y sus manos llenas de historias.
Pelearía con la vida misma
con tal de verla un ratito más,
aunque sea en un sueño,
o en algún rincón del mundo
donde las nubes se parezcan a su rostro
y su risa aún se esconda.
Ojalá —si existe ese rincón del tiempo
donde descansan las almas—
mi voz llegue hasta ahí,
como un susurro que la encuentre
y le diga lo mucho que la extraño.
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