Quiero volver a amar la vida,
pero no puedo evitar odiarla
por lo que el tiempo se llevó.
Quiero verla con ojos de amor,
pero el miedo me atrapa
y me cubre la escarcha
que el aterrador invierno me dejó.
Y empiezo a pensar
que quizá la muerte sólo soy yo,
y que por eso las flores se marchitan
y el cristal se rompe
como se rompe un corazón.
Y el amor,
¡ay!, el amor,
engaño y crueldad,
espina clavada en el andar
de tristes almas que en el altar
sólo entregaron su cuerpo
a un asesino maltrecho
con máscara de servidor.
Maldito fuera él,
maldita la mujer
que dejó a ese niño
a su libre albedrío.
No llore, mujer.
¿No ve que fue usted
quien creó a un asesino?
Y no pregunte a quien mató,
que el crimen no tiene pruebas,
pero puede ver usted
las flores marchitas en la encimera
y el cristal roto,
así como el corazón se rompe
por ser marioneta.
Y usted, tiempo,
párese y no pase más,
pues no fue tanto el miedo
sino la valentía
que el crimen en mi alma dejaría
para poner frente a un maltratador.
Y me llaman la asesina por venganza,
y sólo las calles conocen mi voz,
pero quién quisiera culpar a otra
del crimen que cometí yo.
Que no era mi destino
y mucho menos era amor,
pero se hace largo el camino
hasta que una copa de vino
reúne suficiente valor.

Blanca Bermúdez
Escribo para sacar del alma lo que no se puede decir en voz alta. No soy perfecta, pero cada poema es una parte real de mí. Gracias por leerme. Quédate. Comenta.
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