Recuerdo lo mucho que te gustaba beber vino.
Tu madre me contó que no salías tomar alcohol, pero siempre fingiste su buen sabor para contentarme. Mi mejor pasatiempo era sentarnos aquí y disfrutar de una copa entre besos y caricias, al menos hasta que ocurrió.
Sigo sintiendo tus ojos clavados en mi piel cada tarde, cuando asoma y el atardecer y yo, casi por inercia, tomo una copa y la botella de la encimera de la cocina y salgo al porche a caer de nuevo en la nostalgia. Abrazo mi cuerpo sentada en el mismo lugar donde lo hacía cuando estabas tú, calculado al detalle para sentir al menos que sigues teniendo tu espacio ahí.
Pero anoche dejé la copa en los escalones sin haber rozado mis labios, y la botella sin abrir desde el día anterior justo a su lado. Y no pude beber. Y el silencio me traicionó.
Esa noche no dormí en el sofá ni en la habitación de invitados como era costumbre. Esa noche volví a nuestra cama, donde me acariciabas como si me conocieses de otra vida. Y lloré tanto que las lágrimas formaron un río de amor. Y no sé cómo, conseguí dormir. Y el sueño que me invadió fue tan profundo que pensé que al día siguiente volverías para beber una copa de vino y hacer el amor hasta el amanecer.
Pero no apareciste. Y la copa seguía en el mismo lugar.
Blanca Bermúdez
Escribo para sacar del alma lo que no se puede decir en voz alta. No soy perfecta, pero cada poema es una parte real de mí. Gracias por leerme. Quédate. Comenta.
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