Ese día el viento acarició los naranjos y se llevó el perfume de los azahares. Se rompieron y se doblaron las ramas por cargar los frutos, pesados ya de dulce jugo, y estallaron estos entonces al conocer su encuentro con el suelo. Cantaron los pájaros como habían cantado siempre y sonaron más melódicos que nunca; yo no estaba ahí para escucharlos. Es tan sólo una suposición. Las seis paredes que me separan del mundo me sugieren que no volveré a probar el melifluo sabor de las naranjas. El vivo aroma intoxicante de una cáscara que se ha roto para revelar pulpa demasiado madura ya, habiéndose mezclado en el impacto con tierra y polvo como un recién nacido. No escucharé (ni veré) a las cotorras en su verde disputa por los gajos, no es para mí ya nada más que todo lo que sea monócromo y sencillo y neutral. No seré testigo de la decadente y quieta muerte de las flores en la vasija. Olvidarán, al tiempo, las teclas del piano el peso de mis dedos. Quedará deshecha mi cama, reposará perpetuamente la taza sucia en el lavabo y velará en su eterna quietud el agua estancada en los desagües llenos de hojas y de plumas y, también, de flores de naranjo. No seré más que un recuerdo. Se doblaron las ramas. Cantaron los pájaros. Estalló el fruto. No sentiré el sol. No conoceré a mis hijos jamás.
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me he vuelto este año una fan del kintsugi. dejo acá sin pretensiones una de esas tantas piezas.
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