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EN DOS PATAS

Jul 18, 2025

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EN DOS PATAS
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La noche en la que Eulogio volvía de la cantina bastante tomado, caminaba por una calle aledaña del pueblo.

El Rosario, como se llamaba el lugar en donde vivía en alguna parte de Puebla, era una comunidad bastante pequeña, donde el parque central estaba arropado por unas cuantas calles en sus cuatro puntos. Había muy pocos habitantes, la mayoría adultos mayores que se dedicaban al campo, tanto hombres como mujeres.

Beber cerveza era bastante común, diariamente podías ver que afuera de las pocas tiendas que existían había varios hombres compartiendo una 'caguama'.

Eulogio seguía caminando por una calle apenas empedrada, una sola lámpara alumbraba su andar, solo estaba él y el sonido de unas cuantas monedas que le quedaban en su pantalón después de gastarse todo en alcohol.

Caminaba quejoso, minutos antes se había "trenzado" a golpes con un señor al que todos respetaban pero no por caballerosidad, si no por miedo. Eulogio pasó cerca del hombre, empujándolo accidentalmente pero la reacción de aquel fue distinta, lanzándole un puñetazo a Eulogio. Las cosas no terminaron bien para el tipo al que todos temían, Eulogio era conocido por ser bueno para los trancazos. - Me las vas a pagar, tipejo-. Le dijo a Eulogio.

Por ello, decidió irse a su casa y pasar comprando una cerveza para el camino. Eulogio se sentó en la esquina de aquella calle en la que apenas y había claridad por la baja calidad del alumbrado público, destapó su cerveza de lata y bebió hasta terminarla para seguir camino a casa.

De la nada, la lámpara se apagó, los perros que cuidaban los terrenos que estaban divididos por bardas hechas en piedra caliza comenzaban a ladrar y a chillar de una manera poco común. Mientras caminaba, llegó a escuchar unos pasos detrás de él. - Debe ser que estoy "pedo", no veo nada ni a nadie-. Se dijo así mismo.

De la oscuridad y la sombra, salió un perro negro y grande, el chipo bañado en baba escurría hasta la calle empedrada, los ojos más brillosos que la luna de esa noche, rojos.

Eulogio por instinto simuló espantarlo con una piedra pero el perro quedó quieto, como si supiera que no le iban a lanzar nada. El perro se paró en dos patas, gruñendo, babeando y se abalanzó sobre Eulogio, quien no pudo gritar ni pedir ayuda. Fue mordido por ese perro dejándole múltiples heridas en las piernas y en los brazos. Cuando el perro lo soltó y huyó, pudo apenas levantarse para ir rumbo a su casa, del susto, la borrachera se le quitó.

Al día siguiente, le pidió dinero prestado a su vecino para poder irse a revisar las heridas con el doctor de la comunidad, el cual le dijo que eran heridas profundas, hechas por un perro de tamaño inusual, extremadamente grande pero que estaría bien. Le curó las heridas y Eulogio se fue.

Con el dinero sobrante pasó de nuevo a la cantina para curar el susto y el coraje de anoche.

Cruzando la puerta, en la barra, estaba aquel hombre empinándose una botella de mezcal. Eulogio se quedó parado en la entrada, el tipo lo miró fijamente y caminó hacia él. Se detuvo exactamente a tres pasos de Eulogio, lo miró de pies a cabeza, vendado de los brazos y las piernas. Avanzó y antes de salir le susurró al oído .- Te dije que me la ibas a pagar, tipejo. Cruzó la puerta y Eulogio se sentó a seguir bebiendo.

Meses más tarde, el mismo tipo se peleó con otros dos hombres en el mismo lugar. Como por casualidad, los hombres salieron para irse a beber a otro lado y evitar más problemas pues eran de un temperamento pesado pero razonaban las situaciones. Mientras avanzaban entre risas y palabras que apenas articulaban gracias a las cervezas que les hacían efecto, un perro negro bastante grande, con el chipo baboso y los ojos simulando el sol se les detuvo justo frente a ellos.

Uno de los dos tipos reconoció rápidamente a este animal, pues venía de una familia de brujos. El perro se paró en dos patas para atacarlos pero fue recibido con dos navajazos, soltando un chillido que rompía tímpanos de quienes lo alcanzaran a escuchar. El animalejo corrió dejando un rastro de sangre.

Al día siguiente los dos hombres se vieron en el lugar para seguir el camino hematómico que había dejado el perro. Al guiarse por las manchas, notaron que la sangre desaparecía en la entrada de la casa número cuarenta y siete de la calle Oriente del pueblo. En esa casa vivía Manuel, un tipo de cuarenta y siete años conocido por ser un hombre de carácter pesado, enojón y peleonero pero no contaban con que también era lo que él deseara.

Tocaron la puerta de la casa de junto para saber sí estaba alguien en el domicilio sospechoso. Salió Doña Pole, la vecina de Manuel. - No está Manuel. Bueno, sí está, pero debe estar durmiendo. Anoche vino con unas cuchilladas en la pierna y me pidió que lo curara, seguramente se agarró a golpes como siempre pero miren, esta vez así le fue...

Carlos Guzmán

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