...
No se olieron la tostada.
Era una fría mañana; ni los días ni los meses tenían todavía nombre, pero era el tiempo en el que el viaje del sol comenzaba a correr por lo más alto del cielo. El cachorro, de siete solo quedaba uno con algún atisbo de vida, intentaba sacar algo de la teta escuálida y tiesa de su madre muerta. Herida, quizás por algún percance mientras cazaba, había logrado llegar a la madriguera, pero allí...
El cromañón recogió al pequeño e indefenso animal.
Se hicieron amigos. Semolgu (pequeño lobo), así lo llamó hasta que creció y lo llamó Lgu (lobo), nunca se separó de su salvador. Se hacían compañía, se protegían.
Fue a partir de ahí que unos se percataron de lo conveniente de "llevarse bien" con los otros. Y de aquel casual se hizo un modo. El problema fue cuando aquellos unos, bípedos, comenzaron a dejar de ser amigos, compañeros, de aquellos otros, cuadrúpedos, para hacerse dueños.
El mejor amigo del hombre sí cumplió con el tácito acuerdo inicial (compañeros, protectores), pero eso dejó de ser recíproco en demasiadas ocasiones. Perros a expensas del capricho de los hombres.
Que le recojan la mierda a uno, aunque no debe estar mal, no lo compensa todo.
En fin, que no lo vieron venir, y ahora... ahora ya no hay vuelta atrás.
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