Desnuda, recostada boca abajo, ella revisa su celular. Con sus dos brazos cruzados arma una especie de almohada para dejar su cabeza erguida. A su lado espero y me animo a dibujar líneas imaginarias con mis dedos en su espalda, ni bien siente el contacto, se le escapa un incipiente gemido de placer. Mís dedos van recorriendo la ruta que forma su columna, desde el cuello hasta la cintura. El camino es sinuoso,
las llemas de mis dedos, suaves, sin fuerza, cómo cayéndose, pasan de la calle angosta de su cuello, en bajada pasando por las montañas de los omóplatos que encajonan la columna, hasta volver a elevarse cerca del coxis. El leve movimiento de su cola hacia arriba, hace estremecer mis pensamientos. El gemido se repite, los dedos suben la montaña se sus nalgas que se elevan acompañando el movimiento casi automático, cómo si mis dedos tuvieran el magnetismo que hacen mover su cuerpo. Mientras vuelve a gemir, voltea su cabeza para verme a su lado, sus ojos, con onda ternura, me atrapan cómo con una red imposible de escapar haciendo que solo responda a ella. Mí mano quedó detenida en las montañas, ella sigue contorneando su cintura hacia arriba, buscando el contacto. Levemente rota su cuerpo apuntando su espalda hacia mí, ahora yo me el muevo y me reincorporo para abarcarlo, no solo con mis dedos, sino con todo mí cuerpo. Acerco mí cabeza por dónde mis dedos estuvieron recorriendo hace segundos su anatomía, pero de manera inversa, comienzo por la montaña de sus nalgas hasta el cuello; huelo su piel, y la percibo, pálida, suave y tersa. Me lleno de su aroma que me envuelve en una segunda red dejándome casi atontado. Al llegar a su cuello, su pelo se pega en mis labios, los cabellos me encierran en una oscuridad placentera que obliga mis ojos a cerrarse. Poco a poco, ella deja su posición para reincorporarse y colocarse sobre mí. Es ahí en donde todas mis acciones se centran en ella. Recorro su cuerpo tanto con las manos como con mis ojos. Su perfección me descoloca, las curvas de su cintura, cómo una guitarra criolla florece mis deseos reprimidos. Veo en sus ojos la necesidad de que eso me pase. Cuando se acerca para besarme y cuando sus labios tocan los míos, mí corazón, late más fuerte, y una sensación indescriptible sucede en el estómago. Son sus labios los que se mueven al compás de una melodía imaginaria, que invitan a bailar a los míos, que traen más invitados al baile acotando los espacios generados por nuestros cuerpos.
La húmedad de nuestros torsos, sumergidos en el calor corporal emana un vapor imperceptible, que llega hasta el techo y se desliza hacia una ventana que proyecta un cielo blanco.
Las mascotas del otro lado de la puerta esperan que los amantes terminen para exigir sus necesidades, saben que aunque insistan, rasquen, ladren o maullen, no serán escuchados.
Dentro de la habitación, escondidos en el secreto mejor guardado de ambos, nos sumergimos en el otro, nado en las anchas profundidades de su mar, mientras que ella navega en el mar abierto de mí ser. Un cuadro, dentro de la habitación dibuja el océano, calmo y silencioso.
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