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Ella

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May 13, 2025

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Una de las problemáticas centrales de nuestros días es la poca capacidad que tiene el ser humano de controlar su cabeza. Una voz interna, que constantemente es impecable, parece tener las riendas de nuestros pensamientos y provoca estragos en todos los niveles. 

A lo largo de nuestras vidas, sean cortas o largas, hemos atravesado por situaciones donde decidimos guiarnos y creer lo que nos mostraba. Elegimos creerle, conscientes, de que no era más que un mero dejo de un miedo multiplicado casi fatalmente para no seguir lo que realmente queríamos. Preferimos quedarnos en lo seguro, en lo conocido, bajo la influencia de una mente que disfrazando una supuesta protección nos dejaba renunciando a todo.

Ella siempre está. Ella siempre nos acompaña desde el primer momento hasta el último suspiro. Ella siempre nos encierra en jaulas mentales construidas casi minuciosamente por nosotros mismos, sin que seamos del todo conscientes de ello. Ella nos mantiene en bucles constantes que nos llevan, poco a poco, a perdernos en nuestros demonios interiores. 

Ella es, en definitiva, la causa y el efecto de la tristeza, el miedo, el arrepentimiento y la soledad que nos acompaña casi como un amigo invisible en nuestro andar cotidiano por las calles de la vida. 

Y nosotros no somos más que el medio predilecto por donde puede cumplir su cometido: devorarnos día a día, consumiendo casi constantemente cada rincón de nuestra naturaleza que nos presenta como únicos en el mundo. Su propósito es fijo y claro: llevarnos a la completa exterminación de nosotros mismos, dejándonos como meros cascarones vacíos.  Cáscaras que conservan una apariencia humana pero que por dentro encuentra sus paredes rebozadas de pavor, ansiedad y un espanto que putrefacta cada recoveco. 

Ella siempre va a estar ahí, porque es inevitable, pero en nosotros está el poder de alcanzar el fin de su gobierno sobre nuestras vidas. Debemos abrazarla para quitarle la fuerza. Debemos sentarla en nuestras rodillas como si fuera una criatura incapaz de mantenerse en pie, para demostrarle que somos nosotros los que más poder tenemos. Debemos reírnos, casi burlescamente, de los entramados que nos plantea para dejarnos fuera de la carrera. Y, por encima de todo, debemos demostrarle que no siempre el pensamiento calculador, frío y temeroso es la opción correcta, sino la representación de un pánico desmedido en el que Ella misma nos ha metido. 

Cuando la pelota quede en nuestro lado de la cancha, debemos tener la suficiente valentía de obligarla a abdicar, de hacerla renunciar a su trono de emperadora máxima, y entregarnos el cetro de poder para darle paso a la única entidad que verdaderamente refleja nuestro ímpetu en su máxima expresión, el corazón, que actúa sin calcular, sin temer, sin paralizarnos completamente en el miedo.

Debemos permitir que el corazón nos domine, siendo conscientes de que eso conlleva numerosos riesgos: el riesgo de equivocarnos, de abogar por ilusiones construidas frágilmente sobre falsas expectativas y de enfrentarnos a desilusiones. Pero también debemos ser lo suficientemente lúcidos para comprender que, por más que eso ocurra, no perdimos nada preciado. 
El corazón nos puede lastimar casi mil veces más que Ella, pero la principal diferencia, es que cualquier situación que afrontamos, cualquier decisión que tomemos, por más mínima que sea, va a ser llevada a cabo con sinceridad, con la idea de si puede que termine lastimado de la peor manera, puede que quede hecho un ovillo en la cama de tanto llorar, puede que me pierda por un instante, pero por lo menos me queda la seguridad de que todo lo que hice, lo hice porque así quise que fuera, porque lo sentí de esa manera. Porque me permití correr el riesgo de enjaular los demonios para vivir la experiencia, para ser feliz, porque me permití, por primera vez, ser dueño de una parte de mí que creí que nunca iba a poder controlar.

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