Tomé la decisión con manos temblando,
el alma en silencio, el pecho gritando.
No fue por herir, ni por egoísmo,
sólo por mí… por fin, un altruismo.
Pero duele el paso que marca frontera,
entre lo que fui y lo que ahora espera.
La culpa me abraza, me juzga, me nombra:
"la mala", susurra… aunque sea otra sombra.
No estoy acostumbrada a este reflejo,
a decir “yo” sin sentirme un desecho.
Elegirme duele como una traición,
como si amar mi paz fuera una prisión.
Ya no quiero pensar en los otros,
en sus moldes fríos, en sus rostros rotos.
Crecí silenciando mi fuego interior
por miedo al juicio, por falso pudor.
Me enseñaron a ser más callada,
como si brillar fuera una amenaza.
Me hicieron creer que era virtud
borrarme el alma y pedir disculpas por mi actitud.
Pero hoy, algo cambia, algo truena.
La mayoría de edad no es solo una fecha,
es el grito ahogado que ya no se enreda,
es romper cadenas aunque duela.
No quiero excusas, ni más prisión.
Hoy firmo con rabia mi liberación.
No soy ingrata, ni loca, ni cruel,
solo aprendí a elegirme, y eso es ser fiel.
Fiel a mi voz, a mis ganas, mi piel,
a lo que soy sin su filtro de miel.
Y si eso molesta, si eso incomoda,
mejor así: que el mundo se acomoda.
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