mobile isologo
buscar...

Elba

Unfurl

Dec 30, 2025

61
Elba
Empieza a escribir gratis en quaderno

La casa de la abuela era otra cosa, un paréntesis de luz en medio de tanta sombra. Tenía un jardín generoso, encendido por esos rayitos de sol que se abrían paso entre las hojas, pero la claridad era engañosa: no borraba la melancolía, solo la hacía más visible, como el polvo flotando en un rayo de luz.

Yo llegaba del colegio con el cuerpo pesado, arrastrando esa apatía de adolescente. Me sentaba a la mesa mientras ella, a sus ochenta años, se movía con una lentitud de marea baja, envuelta en ese vestido verde floreado que parecía ser su única piel.

—Comé, que se enfrían —me decía señalando los ñoquis alemanes, macizos y verdes, el único puente sólido en su mundo que se desmoronaba.

Estaba perdiendo la memoria, pero no de golpe, sino por goteo. Me contaba la historia de su adolescencia en el campo, posterior a la muerte de sus padres, con una devoción casi religiosa. Y antes de que yo terminara el plato, antes de que pasara una hora, la historia volvía a empezar, idéntica, con las mismas pausas y los mismos suspiros, como si el tiempo fuera un disco rayado en una habitación vacía.

Su vida era un equilibrio precario entre la fe y la tragedia. Era devota de la Madre María y del Padre Mario; sus imágenes de pie frente al modular, flanqueando su caja de madera donde juntaba monedas con una insistencia de hormiga, como si ahorrara para un viaje que ya no iba a hacer. En esa misma casa, entre los rezos y el olor a salsa, cuidaba a su hijo esquizofrénico, un hombre que era un naufragio caminante, a quien ella intentaba rescatar con una paciencia de santa y un cansancio de siglos.

Pero el centro de gravedad de la casa estaba en el living. Un cuadro gigante, una imagen que lo ocupaba todo: Marta, su hija perdida, la melliza de Carlitos. Yo apenas tenía un año cuando ella se fue, así que para mí no era un recuerdo, sino un mito, una mirada estática que vigilaba mis almuerzos. Su ausencia era la nota más baja de ese doom melancólico que respirábamos; una presencia que la abuela honraba en silencio mientras me ofrecía el frasco de galletitas por segunda o tercera vez.

—Tomá una, antes de ir a gimnasia —me decía, olvidando que ya me había dado tres.

Yo aceptaba la galletita y miraba el cuadro, después a ella y su vestido verde, y finalmente al jardín inundado de sol. Era una escena onettiana: personajes estancados en una belleza triste, esperando que el tiempo terminara de llevarse lo poco que quedaba de la memoria, mientras afuera los rayitos de sol seguían brillando sobre una historia que se repetía hasta el infinito.

Unfurl

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión