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    El volar de las gaviotas

    May 15, 2025

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    El volar de las gaviotas
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    Parado sobre la cornisa de su torre y enfrentando al viento, Dédalo extendió sus brazos, revelando la variedad de plumas que componían sus alas prostéticas. El sol las atravesaba con rayos divinos que iluminaban el rostro de Ícaro, sentado de piernas cruzadas en el centro de la torre; seguía a su padre con mirada insegura. Sus propias alas yacían a su lado, mas no se atrevió a mirarlas.

    Vio cómo Dédalo volteó y lo miró a los ojos, retrayendo sus brazos, triunfante. “Padre, saltar me es imposible”, dijo entonces, desviando la vista al suelo. La frase alcanzó a Dédalo como un golpe cuya inminencia es evidente, pero uno espera aún que nunca llegue. “Hijo mío, que las Erinias me persigan si no me arrepintiese de los depravados actos que aquí nos han dejado; permíteme redimir mis pecados devolviéndote la libertad”, replicó, posando su mano sobre el hombro del joven. “Mi temor no es infundado, padre. Durante la noche, Atenea se presentó ante mí, para advertirme. Mencionó a mi primo, cuyo destino no debía permitir que se tornase el mío.” Ante estas palabras, el rostro de Dédalo se ensombreció. Su mano se soltó, y desvió la mirada hacia el horizonte a sus espaldas una vez más.

    “Si las palabras que pronuncias son ciertas, Ícaro, entonces no tengo más remedio que demostrarte cómo los dioses pueden equivocarse” Con paso firme se dirigió a la cornisa y, sin mirar atrás, saltó. Ícaro oía las gaviotas pasar, las mismas cuyo plumaje había servido al propósito de su padre. Giró la cabeza hacia el acantilado, esperando ver al hombre que desafió a los dioses. Las gaviotas seguían pasando; un hombre desaparecía en las profundidades del mar, y las gaviotas seguían pasando.

    Hans Werner-Feijóo

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