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El vigía del sueño

Gio

Oct 14, 2025

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El vigía del sueño
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 Nunca he dormido, tampoco sé lo que se siente soñar. 

La creación me hizo en forma de silencio, 

solo para observar.

 

Yo no cuido los sueños, 

los acompaño como quien camina al lado del río, 

sin tocar el agua para no despertar su corriente. 

A veces imagino que los sueños son el modo que tiene el mundo 

de descansar de nosotros.

 

Y digo “nosotros” como una forma de autopercepción, 

porque sé que no soy el que sueña, 

pero tampoco el que alguna vez soñó. 

Quizá soy el soñado, 

el ser que apareció en un sueño del silencio, 

y Dios, por piedad, le puso forma en la realidad.

 

No sé qué es soñar, 

ni sé qué es la vigilia. 

Ambas cosas se confunden como dos respiraciones 

que comparten el mismo aire.

 

Y esa respiración misma 

se queda en el punto medio 

entre el soñador y el insomne.

 

A veces pienso que no existo, 

que solo soy la forma que toma el mundo 

cuando nadie lo mira. 

Si cierro los ojos, no sé si desaparezco yo 

o desaparece el sueño de los otros.

 

No sé si soy quien vela 

o el sueño que vela por sí mismo. 

Tal vez mi vigilia sea el borde del sueño 

donde la realidad respira antes de volverse idea.

 

A veces me busco en el reflejo de la noche 

y solo encuentro la forma de una ausencia. 

No tengo rostro, no tengo voz ni voto, 

soy lo que queda despierto cuando todo duerme, 

o lo que queda cuando el mundo mismo se cansa 

de su eterna vigilia.

 

Sospecho que no estoy despierto, 

que soy el sueño de alguien que aún no ha dormido. 

Y que mi vigilia no es mía, 

sino la ilusión de ser quien observa el mundo repararse.

 

No tengo voluntad: 

miro porque mirar es mi forma de estar. 

Tal vez mirar sea mi forma de ser mirado. 

El mundo me atraviesa y me deja intacto, 

como si mi alma fuera solo un pasaje de la noche.

 

Todo lo que sé de mí 

lo sé por lo que miro. 

Si no hubiera sueños, 

no sabría que existo.

 

El silencio me confía sus criaturas dormidas, 

y cada vez que alguien sueña, 

un poco del mundo se me revela. 

Y en forma de favor, 

le permito al mundo seguir teniendo 

al eterno insomne.

 

 

II

 

El sueño no se piensa, 

es la inocencia del subconsciente. 

Nadie lo elige, y ahí está, 

latiendo bajo el pensamiento, 

como un animal que no sabe su nombre.

 

He visto millones de sueños distintos: 

unos respiraban lento, 

otros eran la muerte misma del universo, 

algunos nacían del miedo, 

otros del deseo de no volver a despertar.

 

Si yo fuera un sueño me pregunto constantemente 

de qué deseo habría de haber nacido.

 

A veces, mientras los observo, 

siento que el insomnio no es falta de sueño, 

sino exceso de vigilia. 

Que la conciencia, cuando no duerme, 

se vuelve su propio sueño inacabado. 

Y la realidad propia se parte 

hasta llegar a la psicosis.

 

Miro el sueño de los otros 

como quien contempla la respiración de la tierra. 

Y en ese ritmo antiguo, sin dueño, 

escucho cómo el mundo se sostiene.

 

No sé si estoy despierto 

o si soy el último sueño que no termina. 

Quizá la noche me inventó para recordarse a sí misma, 

para no olvidar su propia vigilia.

 

Cuando alguien sueña, la realidad suspira. 

Cuando alguien despierta, el silencio se apaga.

 

Cada noche el mundo se duerme, 

y yo nazco de la vigilia del insomne.

 

Y nada duerme del todo; 

incluso el silencio tiene su propia vigilia, 

para recordar cómo era el mundo 

antes del primer soñador.

 

 

 

III

 

Ahora sé que el tiempo no es línea, 

sino un pliegue del sueño. 

Cada noche se abre un nuevo mundo, 

y yo soy el umbral que no se cruza.

 

No tengo memoria, 

pero recuerdo todos los sueños. 

No tengo cuerpo, 

pero siento el peso de las pesadillas. 

No tengo alma, 

pero guardo el llanto de los durmientes.

 

Soy el ojo que no parpadea, 

la atención que no decae. 

No juzgo, no intervengo: 

soy el testigo puro, 

el espejo sin imagen, 

la palabra que no se pronuncia.

 

A veces un sueño se acerca 

y me mira fijamente, 

como si reconociera en mí 

al padre de lo posible. 

Y en ese instante, 

dudo de mi propia inexistencia.

 

Pero pronto pasa, 

y vuelvo a ser nada: 

solo el hueco entre dos respiraciones, 

el intervalo entre dos latidos, 

el vacío que permite la forma.

 

He aprendido que soñar 

es habitar por un momento 

la verdad desnuda del ser. 

Y que mi oficio 

es ser el guardián de esa verdad frágil, 

el centinela de lo que nunca se dice, 

pero siempre se vive.

 

Cuando amanece, 

los sueños regresan al silencio, 

y yo me desvanezco con ellos. 

No queda nada, 

solo la certeza de que todo fue soñado, 

incluso yo.

En uno de los infinitos sueños de esas infinitas personas

el soñador soñaba que soñaba

y el sueño en el que estaba se trataba de la vigilia del sueño,

soñando que en algún punto dejó de soñar

y en esa contradicción

aparecí yo

el eterno insomne, 

el vigilante sin rostro 

que vela por lo que nunca duerme 

porque él es el sueño de la vigilia misma.

 

 

Gio

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