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El viento los lleva.

Dolbach

Dec 15, 2024

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El viento los lleva.
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No envuelvo los regalos. Quedan así a la intemperie para quien venga a mirarlos.

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Lo más feliz que pueda ser

Enmedio de la vida descubrí que todo está por descubrir. Que lo sabido es nada sabiendo lo tanto que se ignora. Que de nada sirve conocer lo inútil pero nada estorba saber lo innecesario. Que estamos tan solos antes de nacer como después de muertos. Y entre una y otra cosa nuestros pasos son solo nuestros.

Enmedio de la vida aprendí que lo que das te lo das pues dar es darse la oportunidad de dejar de ser víctima del egoísmo lastre. Y se camina más libre al ser más ligero el peso de llevarse.

Aprendí enmedio de la vida que el amor es instante. Nadie ama a toda hora ni en todo su comportarse. Fugaz momento en la vida que si no fuera tan breve sería insoportable.

Hubo más cosas en la escuela, que la vida, si no es muy corta, tiene segundos bastantes.

Cosas como que el agua moja, la oveja bala, las cigüeñas no acarrean bebés, los reyes mienten y Papá Noel es un fraude. Que el Pisuerga pasa por más sitios que Valladolid y que doña Manolita no despacha.

Enmedio de la vida descubrí la América que es morir tras la dura travesía. Y que allí llegaré un día.

Aventureros somos desde la cuna. Y que hay sirenas que cantan para nuestras desdichas. Y puertos de calma y risas. Eso descubrí enmedio de la vida.

Que sea buena la travesía.

...

Pastoril.

-Yo ya no tengo cuerpo...

-Tú lo que no tienes es mente ¡Si pesas más de cien kilos!

-Pues por eso. ¿Quien se va a enamorar de uno tan viejo y tan gordo?

-El amor no tiene edad.

-Espero que no tenga báscula tampoco.

Alinardo nunca había tenido una relación sentimental. Ni con su madre, que en los tiempos de su infancia, con cuatro hermanos delante y cinco detrás, no había mucho margen para el sentimentalismo.

El campo y los animales, ovejas y cabras, habían sido desde muy pronto su compañía más estable. Y así es muy difícil dar con que te quiera alguien.

Del amor nada supo hasta que la Albunda, aquella tarde, nevado todo afuera y con la lumbre y el vino delante, empezó a hablarle de eso tan ajeno a él.

Albunda era una comadre sin niño al que dar el cariño que tenía a raudales.

Viuda de un caminero torpe y bebedor que no había cumplido con los débitos conyugales por gustarle más un compañero que su propia mujer. Así fue imposible que una semilla germinase.

El amor para ella, a pesar de eso, o quizás por ello, sí que era importante.

-Yo quise amar y no pude.

-Yo he estado en la faena y no me he ocupado de esas morondangas.

El amor es una morondanga para unos y una insatisfacción para otros.

Sufrimiento tras la locura. A veces una pesada carga.

El amor es una necesidad prescindible.

Un vuelo más allá de las estrellas.

Un accidente.

El amor puede ser terrible.

-Alinardo, ¿y si tú y yo?

-Albunda, yo te agradezco la intención, pero tengo a la colorá y la pinta y con esas dos, a mi edad, ya me apaño.

...

De unos labios.

Había caído el muro de Joaquín.

Por suerte nadie pasaba por allí y en su derrumbarse solo aplastó un hormiguero al que nadie había ido a divertirse. Si uno lo piensa, el mejor día de una hormiga es aquel en el que por fin muere.

La niña de siempre, aunque pasó por allí como cada mañana, era ajena a todas estas cuestiones. Era ajena a casi todo lo que no fuera su propio mal estar.

En todo el colegio aquella muchacha era la única que nunca reía.

Se investigó el caso.

Y no, no pasaba nada especial ni malo en su vida. En su casa todo era lo normal y aceptable que son las cosas en cada casa normal y aceptable.

Era solo que ella tenía la sonrisa al revés. Hacia abajo.

Eso la hacía aparecer poco amable.

Era guapa, sí, pero sin la belleza de la alegría.

Casi nunca tenía amigas alrededor. Casi nunca jugaba con los demás niños.

La niña se apartaba, consciente de su diferencia.

Y muchos de su edad lo intentaban:

-¡Alicia, ven a jugar!

Pero ella solía negarse.

Le incomodaba tanta risa ajena. Le parecía no natural. Como si el personal se empeñara en caminar haciendo el pino.

Para ella lo lógico era la seriedad.

Se aceptó sin entenderlo. En su casa y en la calle. Y cuando alguien se lo hacía notar, con el tiempo cada vez menos, ella no decía nada, tan solo evidenciaba su incomodidad. Así que dejaron que la niña sin sonrisa fuera como era.

Y dejó atrás la infancia.

Mujer ya, la vida le deparó lo que deparan las vidas. Lo que pasó es que en su caso, por la idiosincrasia suya, siempre pareció que solo arrastraba penas y nunca volaba en alegrías.

Pero por dentro, en realidad, no era todo tan huraño, y ella, aunque sus comisuras dijeran lo contrario, muchas veces sonreía.

Lo malo es que nadie, quizás ni ella, lo sabía.

...

Allí nadie creía. En aquel lugar sin nombre, sabían o no sabían, pero nadie creía.

"No queremos creer, queremos saber", rezaba lapidariamente el lema.

No había religión. No había nada parecido a la astrología. No había leyendas ni mitos.

Oh, claro que tenían fantasía, imaginación. Eran creativos y soñadores, pero nadie daba por bueno nada que no hubiera sido demostrado.

Nadie afirmaba nada extraordinario sin pruebas extraordinarias.

Los predicadores, allí, no tenían razón de ser, como no debían de tenerla en sitio alguno.

Y no, no había ningún dios.

Y no, nadie murió jamás ni nadie jamás mató por causa de ningún dios.

Había maldad sí, pero no creer les había evitado enormes cantidades de dolor.

La fe, siempre enfrentó montañas.

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"Me hiciste creer que me amabas" y otros ribazos.

Retazos.

Dolbach

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