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   Correspondencia primera. Buenos aires, día sin fecha ni hora. Año sin tiempo.

Mi estimada amiga, finalmente tengo tiempo de escribirle. Estos días han pasado como un trueno entre la vorágine y las obligaciones. Hubiera preferido no decir nada, pero me desbordan las ganas de escribir sobre el tema. La emoción debe ser compartida, o ¿quién guardaría algo hermoso si es así como la belleza se adueña de las cosas? ¿No le parece?

Como era prometido, leí la correspondencia entre Virginia y Vita Sackville-West, y es lo que esperábamos. ¡Cuánto encanto! ¿Quién le gusta más? Creo que Sackville sabe el punto débil de Virginia y Virginia encontró alguien a su altura. Se divierten mutuamente. Se entretienen. Se seducen. El amor es un baile exquisito.

Fijese esto, en 1927, tras una noche juntas en Long Barn:

"Te deseo con un deseo que no tiene nombre. No es solo tu cuerpo —aunque Dios sabe que lo deseo—, es tu mente, tu risa, tu forma de fruncir el ceño cuando lees."

(I want you with a wanting that has no name. It is not just your body —though God knows I want that—, it is your mind, your laugh, your frown when you read.)

Deberiamos debatir quien es más encantadora. Por lo pronto me reservo la respuesta y me urge escuchar la suya.

Le hablaría de mi viaje, pero prefiero ir a lo nuestro primero y hablar de Ella, porque hay una relación inesperada y estoy segura de que usted comprenderá y la descubrirá antes de que yo la diga.

Le pido prudencia: algunas de las cosas que le digo no deben ser compartidas, ni siquiera con cercanos. Necesito saber que, a la ausencia de mi madre, tengo otra confidente, y las cosas que le cuento pueden sonar encriptadas al principio, pero se revelarán a su tiempo; todo tiene una correlación. A veces pensará que bordean la ficción, y probablemente la locura, pero el lenguaje onírico tiene características distintas al nuestro. Ahora se lo mostraré a usted de la misma forma que mi madre me lo enseñó a mí y entraremos en un plano donde el tiempo pierde narratividad, porque lo que le da estructura no es la historia ni la linealidad de los hechos, sino los sueños y lo que se desprende de ellos.

Escribo rápido, pero con una claridad que emana de todo el cuerpo, como si las manos no necesitaran de mí mente para contar lo que pasa. Las palabras salen a borbotones enardecidas. Se me amontonan en los ojos, pero también en los dedos, y se deslizan por mi lengua a mucha velocidad. Descripciones insólitas me han tomado la boca; ha vuelto la verborragia interna como el torrente de una cascada. Segrego algo poderoso que aún no sé qué es pero me reverdece: me curo. Y lo hace de una manera que no logro comprender. Rebrota el jardín que permanecía en silencio. Florecen las nomeolvides y el jazmín nuevamente se adueña del patio. El río en reposo que era mi voz, vuelve a correr con la fuerza de los caballos salvajes y deshace las piedras que me impedian la expresión porque se habían acomodado entre el estómago y la garganta. 

Sobre ella, muchas cosas. Esta mañana me he sentado un momento y he pensado en su cara. He logrado reconocer inmediatamente el lugar donde quiero estar. Tiene una cercanía cálida, cuidadosa. Como un animal manso que no necesita avisar que es peligroso porque su presencia lo indica.

En sus ojos se debate una tormenta interminable. Al acercarme me impactó la tempestad con la que se suscita la luz: amaneceres y atardeceres convergen con la misma esgrima con la que se disputa el deseo. He visto relámpagos y la electricidad propia de los rayos en el campo; bosques, montañas y acantilados. Y violencia, muchísima violencia, como si las mismisímas eras se suscitaran adentro de ellos. Me hizo pensar en el fuego cuando funde los metales, ¿lo ha visto alguna vez? (debería) los dobla y los derrite a la temperatura precisa para volverlos joyas. 

Hace días hablo de ella conmigo y tiene una narrativa encadenante, como una puerta que conduce a puertas más pequeñas. No he podido dejar de describirla. Cada palabra nueva me lleva a otra.

Sobre mi viaje algo breve: Italia es como una persona de la que no se puede dejar de escribir.

Respecto a su tema, he pensado mucho sobre esta cuestión suya con la prudencia constante, y le diré lo siguiente: a veces me preocupa la costumbre con la que aborda la insastisfacción. Como si fuera algo normal a lo que hay que adaptarse.

No se engañe sola que eso nos lo tenemos prohibido: no es prudencia el miedo. Y cuidado con la cobardía que se desprende de la comodidad.  Usted lo sabe: para agarrar una cosa, debe soltar otra. 

¿Cuánto tiempo se puede habitar la infelicidad hasta que un día, mirándose en el espejo, descubra que está muerta?¿Quién se quedaría en un lugar sabiendo que la felicidad está en otro? 


Escribame.

Nos veremos pronto, café de por medio y quizás logre prender la chimenea. Me gusta mirar el fuego en una larga conversación.

La abrazo con cuidado.

Victoria.






virginia

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